Arnaldo D. Ferrebus
University of Miami
Los años entre la década de los ochenta del siglo XIX y la firma del Tratado de Versalles que culminó la Primera Guerra Mundial son definidos por los cambios fundamentales en la política, la economía, la sociedad y, ante todo, el arte visual y literario en las culturas hispánicas. Este momento de transición es denominado como la crisis del entre siglos, caracterizada por la amalgamación de ideas tradicionales y nociones novedosas (Grau-Llevería 13-14). El periodo del entre siglos es una crisis en tanto que existen elementos del pasado y tendencias que anuncian el futuro. La búsqueda incesante de originalidad es lo que impulsa esta crisis lejos de los conceptos convencionales del siglo XIX (Grau-Llevería 13-14). Encaramado en esta crisis están los movimientos literarios del periodo, con el modernismo a la vanguardia. En el mundo hispanohablante, el modernismo se caracterizó por una renovación en los aspectos creativos y estéticos, una actitud rebelde e inconforme contra lo burgués y la búsqueda incesante de la belleza. Estos atributos están relacionados con la presencia de espacios irreales y el rechazo de la vida cotidiana, por lo que se busca un escape en lo imaginario o el interior. Los autores modernistas (predominantemente hombres) mantienen una actitud bohemia que en consecuencia causa sus inadaptaciones con el orden social y provoca el refugio en los vicios, sea las drogas, el alcohol, el arte o los pensamientos perversos. Esta actitud bohemia es asociada con el refinamiento del gusto y un amor arraigado en lo sofisticado. El modernismo, por lo tanto, sustenta un específico imaginario respecto al artista. Este artista modernista es ante todo original y distinguido por una sofisticación del paladar visual donde se crean espacios aislados donde se puede disfrutar de la belleza del arte. La crisis del entre siglos trae a la vanguardia al artista modernista y a imaginarios novedosos de la feminidad que chocan con las ideas y pensamientos tradicionales. Evidentemente, las artistas femeninas del extre siglos generalmente “no podían aceptar la cosmovisión sociosexual modernista ni participar del proyecto intelectual y artístico del modernismo tal y como lo prefiguraron los modernistas” (Grau-Llevería 27). Dado que este periodo histórico durante los años del entre siglos presume la entrada de mujeres a los ámbitos de poder cultural, “es difícil pensar que las escritos en general aceptaran las representaciones de las feminidades propuestas desde los modernismos masculinos” (Grau-Llevería 27). La producción literaria femenina del entre siglos, examinada en conjunto, tiene como “propósito de participar de transformación de las inscripciones de lo femenino y especialmente en el ámbito periodístico de divulgación cultural” (Grau-Llevería 27). Durante este periodo, las mujeres (y en especifico las autoras) empiezan a cuestionar y criticar— a partir de differentes ideologías y espacios de poder simbólico—no solo los imaginarios de la feminidad y la mujer ideal que proporcionan “los diversos discursos patriarcales tradicionales,” sino tambien patrones socioculturales y políticos. Consecuentemente, desde su producción literaria, las autoras procuran redefinir aspectos sociales en su específico ámbito socioculturales y politicos. Aunque las actitudes de las escritoras del entre siglos a menudo no son abiertamenta condenadoras—debido a las consequencias relacionas con este tipo de comportamiento—, ellas de cualquier manera toman una posición de crítica a la sociedad.
Ciertos textos que constituyen la producción literaria del periodo del entre siglos demuestran una crisis productiva que se enmarca por medio de nuevos imaginarios sociosexuales, la transformación de las dinámicas entre clases, y discursos en contra de gobiernos autoritativos que culminan en una crítica social. “Tú me quieres blanca” de Alfonsina Storni desarticula el imaginario femenino hegemónico burgues a traves de una voz poética femenina asertiva que le exije directamente y sin resguardo cambio fundamental al narratario masculino modernista. En “Violín y guitarra” de Adela Zamudio, la narradora toma la focalización exclusiva en Blanca, quien pone los terminos de su dilema matrimonial en el hecho de que este pacto social es una oportunidad para que ella pueda avanzarse en la vida. En “Miserias ocultas” de Inés Echeverría Bello, la voz narrativa instrumentaliza las enfermedades de Ximena, Matilde y Lorenza, algo que pone en circulación distintas políticas de género marcadas por clase social y edad. Aunque estos textos tienen como enfoque diversos asuntos sociales—dada la crisis epistemológica y el eclectisismo y caracteristicos del modernismo y la producción literaria del entre siglos—, todos revelan una crítica a la sociedad del periodo del entre siglos.
Durante los años del entre siglos, el modernismo sustento un específico imaginario sociosexual hegemónico respecto la feminidad. Desde el punto de vista burgues, la masculinidad modernista es ante todo original y distinguida por una sofisticación del paladar visual donde se crean espacios aislados donde se puede disfrutar de la belleza del arte. Los autores modernistas (predominantemente hombres) mantienen una actitud bohemia que en consecuencia causa sus inadaptaciones con el orden social y provoca el refugio en los vicios, sea las drogas, el alcohol, el arte o los pensamientos perversos. Esta actitud bohemia es asociada con el refinamiento del gusto y un amor arraigado en lo sofisticado. Relacionados con el modernismo están los imaginarios de la feminidad del periodo. Por medio de la lente de la burgesía, la feminidad es idealizada, delicada, seductora y, ante todo, femenina. Los arquetipos de feminidad modernistas son tradicionales en el sentido de que la mujer es caracterizada por su debilidad y pasividad. Algunas autoras del entre siglos, en contraste con sus colegas modernistas masculinos, desestabilizan estos imaginarios sociosexuales de género hegemónicos establecidos por la visión burguesa por medio de vocez poéticas y protagonistas que actuan y piensan de manera que opone a lo que se espera de ellos. En otras palabras, estas vocez poéticas y protagonistas no encajan entre los esteriotipos de genero del modernismo establecido en el entre siglos. Estos imaginarios novedosas de la feminidad—que forman parte de la vanguardia del la crisis del entre siglos—contrastan con los tradicionales e ideales.
En el poema “Tú me quieres blanca” de Alfonsina Storni, la voz poética femenina asertiva y potente le exije directamente y sin resguardo cambio fundamental al narratario masculino modernista, rompiendo con el imaginario femenino del entre siglos. En la primera estrofa del poema, la voz poética utiliza un símbolo—el nacimiento de Venus, una diosa romana cuyas funciones abarcan la belleza, el sexo, y la fertilidad—como referencia a lo que desea el narratario masculino de ella: una mujer virgen y pura. Esto crea un imaginario de feminidad que se pone en juego a lo largo del poema, porque, como expone la voz poética, las mujeres son reales y no ideales. En cuanto al espacio de esta feminidad que desea el narratario, el imaginario de feminidad cambia en la segunda estrofa cuando la voz poética revela sentirse encarcelada y aislada en este ideal. Son estos sentimientos de encierro que motivan la rebeldía de la voz poética ante el narratario masculino y las exigencias de él; ella quiere tener una vida por sus propios terminos y no morrir en los confines del deseo del narratario. La voz narrativa revela la hipocresía del narratario masculina en la tercera estrofa al referirse a la vida de pecado que él vive: las copas de frutos y mieles (el alcoholismo), las carnes festejando a Baco (los excesos bacanales), los labios morados, los jardines negros del engaño, y la ropa roja (la infidelidad). Desde el punto de vista de la voz poética, la masculinidad es infiel, borracha, y mujeriega; esta masculinidad encuentra alegría en los vicios en su mundo de placer e inmoralidad. Demostrando el doble estándar en las políticas sociosexuales de la era, este imaginario de masculinidad es todo lo contrario de la feminidad que desea el narratario que se demuestra aun más en las estrofas cuatro y cinco. En este punto del poema, la voz poética demanda—no solo denuncia la situación de las mujeres—cambio fundamental al hombre. Ella le exije un renacimiento de pureza: “…límpiate la boca; …alimenta el cuerpo; …y lévate al alba; Y cuando las carnes; te sean tornadas; y cuando hayas puesto en ellas el alma; …entonces, buen hombre; preténdeme blanca; preténdeme nívea; preténdeme casta” (Storni 1). La voz poética, como representante de mujeres con los mismos pensamientos, les demanda a los hombres que se parezcan más a las mujeres en su pureza por medio de un proceso de igualdad. El imaginario femenino se desarticula en “Tu me quieres blanca” a traves de una voz poética femenina asertiva que le reclama cambio al hombre.
En el cuento titulado “Violín y guitarra” de Adela Zamudio, los imaginarios de feminidad están en juego, con unos representando los ideales modernistas y otros, todo lo contrario. La voz narrativa de “Violín y guitarra” se centra en Blanca, una joven mujer en edad de casarse que tiene dos pretendientes, Leon (representado por el violín) y Marcial (simbolizado por la guitarra). Un hombre articulado y alegre, Leon conoce de “las regles de coqueteo patriarcal propias de su sociedad y el centre de todas las actividades sociales a las que asiste; aunque León claramente quiere casarse con Blanca, él mantiene una inclinez excesiva a los placeles sociales. Marcial, un hombre serio, trabajdor, y honrado, es “parco de palabras y carece de la educación de género para llevar a delante el coqueteo social” (Grau-Llevería 7). Blanca establece su dilema en el hecho de que el matrimonio es una oportunidad para que ella pueda avanzarse en la vida. El hecho de que Blanca analice con interes propio es una inversión del imaginario femenino modernista; Blanca piensa por sí misma y explora como ella se puede beneficiar de un matrimonio, algo que es desaprobado en el imaginario femenino modernista. La política matrimonial de Berenguela es que Blanca debe escoger al hombre que ama. Berenguela es la que lleva un peso ideológico feminista enmascarado (del cual el personaje es inconsciente). Blanca hace, a su manera, lo que le propone Berenguela pero desde una ideología distinta a la que sostiene Berenguela. Aunque Blanca no sea materialista, ella ve al matrimonio como método de vivir la vida de muñeca; últimamente, ella desea ser feliz. Zamudio, pedagógicamente, quiere que las mujeres adquieran poder sociopolitico en el matrimonio. “Violín y guitarra” revela un educación femenina feminista que “capacita emocional y racionalmente a las jóvenes mujeres de las clases medias acomodadas para crear políticas matrimoniales donde converjan sus intereses de sujeto a la vez que los intereses comunitarios sociosexuales” (Grau-Llevería 4). En este cuento, Blanca se vuelve capaz de “modificar los comportamientos y las dinámicas sociales” de su entorno (Grau-Llevería 4). Zamudio—por medio de este “deseo autorial que crea unas formas de identidad, de actuación ética y de potencial asociacionismo”—plantea “medios de adquisición de poder en el seno de los espacios y de los imaginarios tradicionales de las feminidades deseadas por clase social y edad” a la que pertenece Blanca (Grau-Llevería 4). La autora del cuento, al mostrar las actitudes que tienen Diego y León sobre potencial pacto matrimonial con Blanca, expone los valores genéricos a qué deben adscribirse las jóvenes mujeres. Diego comenta que “No hay miedo, para después, de suegra, ni cuñados, ni cosa que se le valga” porque Blanca solo tiene de familia a su padre y también aporta con una buena dote (Zamudio 4). Claramente, el materialismo asociado con el matrimonio es una característica importante para Diego y quizás otros hombres similares en este período. Contrastante al materialismo de Diego, sin embargo, León declara que él ha elegido a Blanca por “su persona, su edad, sus gracias y sobre todo por sus prendas morales” (Zamudio 4). Durante una escena con Berenguela y Blanca, la primera toma la posición de educar a la protagonista en las estrategias de cortejo femenina: “Es preciso estudiar y conocer el mundo. Los hombres a quienes todos los días acusamos de atrevidos, son en realidad, los pobres, más timoratos de lo necesario. Apenas hay un hombre que piense en una mujer sin que ésta le haya sugerido antes la idea” (Zamudio 6). Blanca, sin embargo, rechaza este posicionamiento femenino y, específicamente, deniega “la feminidad que se simboliza en el arquetipo de la coqueta” (Grau-Llevería 8). A partir de su “estudio de las actitudes femeninas frente a ciertas masculinidades” (Grau-Llevería 9)—resumido por la pregunta “¿Por qué entre un hombre frívolo, falso, tal vez malvado, que nos desdeña, y otro honrado, serio, generoso que nos ama, el corazón se inclina por el primero?” (Zamudio 22)—, Blanca decide tener interes propio y ser activa en elegir un hombre que ella quiera como esposo. Blanca incluso va en la medida de comprobar la actitud y las intenciones verdaderas de León al invitarlo a una velada en su casa. Aunque no conocemos concretamente de la decisión que toma Blanca al final—si decide casarse con Marcial o con León—, Zamudio logra un proyecto educativo que demuestra que una mujer puede analiza sus propios sentimientos y dintinguir entre la educación genérica feminina del momento y su propia ética en el contexto del matrimonio. Por medio de Blanca, Zamudio “anula el imaginario de la feminidad hegemónica de víctima-redentora de la masculinidad que va por el mal camino, ya que Blanca elige al hombre que ya tiene los valores sociogenéricos de los que ella participa y no la masculinidad que la sociedad le presenta como más atractiva y deseable porque encarna la masculinidad con habilidades sociales” (Grau-Llevería 10). La crítica que Zamudio proporciona provee a las lectoras con “educación ética femenina que, sin salir de los parámetros de la feminidad hegemónica (entrega, sacrificio, virtud) se proyecte hacia un bien social más allá del matrimonio, los hijos y el hogar” (Grau-Llevería 10). A través de valores femeninos coincidentes con la feminidad ideal, Zamudio “no solo desvela realidades sociales concretas, sino que dota a sus personajes femeninos de una capacidad de agencia que subvierte, irónicamente, la concepción del eterno femenino” (Grau-Llevería 10). Es desde una narración que altera los argumentos femeninos patriarcales tradicionales que se desvelan individuos que constituyen agentes de cambio social y ético.
En la novela breve Miserias ocultas de Inés Echeverría Bello, la voz narrativa instrumentaliza las enfermedades de Ximena, Matilde y Lorenza, algo que pone en circulación distintas políticas de género marcadas por clase social y edad. El escenario de crisis social que plantea Echeverría Bello, por medio de una voz narrativa de primera persona adscrita a la élite santiaguina, “se enmarca en la transformación de las dinámicas entre clases, especialmente con la relación entre los grupos que prestan sus servicios como criados a la clase alta” (Grau-Llevería 1). Consciente o inconscientemente, la voz narrativa negocia un panorama de varias mujeres enfermas. Una de estas mujeres, Ximena, no encaja con la descripción sexualizada de la bella enferma creada por el punto de vista modernista masculino. La voz narrativa “inscribe a Ximena en un imaginario espiritual que se aproxima al arrebato místico con que los protagonistas masculinos contemplaban las obras de arte de su predilección (Grau-Llevería 1), un hecho que se expone por medio de la siguiente cita: “…sentada en su lecho, radiante de belleza, era el menos “natural” de todos los seres que he visto en vida. Será muy vaga mi expresión, pero es la única que traduce esa especie de arrebatamiento místico, que nos producen los seres que por su belleza mística y moral están por encima de las desarmonías y miserias de la vida (Echeverría Bello 98). Matilde, hija de Lorenza y una de las criadas de Ximena, fue víctima de una violación sexual por parte de un joven de una familia afluente; la enfermedad de Matilde es resultado de esta violación. El trauma y la locura de Matilde consecuentes de la violación sexual causan un deterioro físico paulatino en la una vez joven bella y educada. Matilde desafortunadamente se convierte en “una loca procaz, desvergonzada, de risas histéricas, de movimientos espasmódicos, de mirar airado” (Echeverría Bello 121). A esta altura de la novela, Echeverría Bello desestabiliza los discursos higienistas y positivistas y “critica las consecuencias morales de la implementación de la educación genérica católica que se les impartía a las jóvenes” (Grau-Llevería 2). Por medio del vehículo que es la locura de Matilde, Echeverría Bello construye una amalgamación de críticas sociales. Matilde se considera una perdida y una víctima del diablo, como demuestra la siguiente cita: “¡Estoy condenada! … Mamita me han hecho daño! Yo no podía…tenía horror…No era un caballero, era una bestia furiosa! Mamita, el señor Cura lo decía en el retiro de las hijas de María, que el Maldito tomaba caras de hombre y hacía daño a las niñas buenas para llevárselas…” (Echeverría Bello 119). El rechazo de Matilde en su sociedad se manifiesta por el hecho de que ella incluso está perdida para la medicina, dado que los médicos anuncian su impotencia ante la locura de ella. Frente a las inscripciones de la religión católica y la medicina, la sociedad de cierta manera abandona a Matilde y protege “los privilegios de la clase social alta que culpabiliza de la violación a la víctima” (Grau-Llevería 2). Desde el punto de vista de la clase social alta, Matilde es una perdida en el sentido de que es una mujer que se ha vuelto loca por su vida llena de vicios y la prostitución. Sin embargo, para la narradora, Matilde es una perdida porque la violación y la falta de consecuencias para los criminales de clase alta le han arrancado el alma. Últimamente, mujeres como Matilde son deshumanizadas por medio de este proceso social: “se las arroja después [como] trapo inmundo, mercadería averiada y ya sin precio, en el último de los mercados humanos…” (Echeverría Bello 122). Para ambas la narradora y a la autora, Matilde ejemplifica las mujeres de clase social baja que son víctimas de la violación física y sexual por parte de hombres de las altas clases. Desde la enfermedad de Matilde, la autora critica la sociedad que defiende los delincuentes por ser de clase alta y culpabiliza a las víctimas.
La crisis epistemológica del entre siglos se manifiesta en estos textos de Alfonsina Storni, Adela Zamudio, e Inés Echeverría Bello—“Tu me quieres blanca,” “Violín y guitarra,” y Miserias ocultas, respectivamente. Estos tres textos se contraponen a la hegemonía social del periodo y contestan a esta por medio de varias criticas sociales, sea por una voz poética femenina asertiva, una protagonista que analiza al matrimonio como una oportunidad de interés propio, o una narradora que instrumentaliza las enfermedades de mujeres para poner en discurso las políticas de género y clase social.
Obras Citadas
Echeverría Bello, Inés. (1918). Miserias ocultas. Vísceras, 2022.
Grau-Llevería, Elena. “Las olvidadas: mujer y modernismo. Narradoras de entre siglos.” PPU, 2009.
Grau-Llevería, Elena. “Políticas de género y educación femenina en la narrativa breve de Adela
Zamudio.” Alba de América 38 n. 72-73, 2018, pp 121-136.
Storni, Alfonsina. (1918). “Tu me quieres blanca.” Biblioteca Cervantes. Accedido el 20 enero, 2023.
Zamudio, Adela. “Violín y guitarra.” Cuentos Breves, U of Texas, 1973.