Zoe Beggs
Boston College
Antes del siglo XIX, el concepto de la individualidad femenina era problemático en España. La construcción social de la mujer no les permitía una identidad separada de su familia de origen y su pureza sexual, y descansaba en manos de hombres que podían robarles el honor y, por tanto, su identidad. Una vez “arruinadas,” las mujeres tenían tres opciones: ingresar a un convento, casarse con el hombre que las había violado, o morir. Si bien tanto Cervantes como Zayas ilustran la opresión que sufrieron las mujeres bajo el patriarcado en la España del siglo XVII, los dos autores proponen “resoluciones” drásticamente diferentes en respuesta a la pérdida del honor. En contraste con la narrativa de Cervantes, el perpetrador de Zayas es irredimible y la violación no puede reconciliarse milagrosamente a través del matrimonio. Mientras Cervantes tolera el estatus quo establecido por el patriarcado a través de la pasividad y el silencio de Leocadia, Zayas desafía el orden social al manifestar la aflicción de Isabel de una manera física y descarada.
A pesar de las ramificaciones que sufrieron las mujeres violadas, la sociedad no reconoció la violación como un crimen contra las mujeres. En cambio, la violación se consideraba una violación contra la honestidad, ya que las mujeres eran consideradas propiedad de los hombres. Frank Casa escribe: “La violación no es considerada una agresión al centro síquico de la persona, como una ofensa profundamente personal, sino como un agravio a la sociedad en que la entidad que sufre más no es la persona sino el orden social” (207). Por lo tanto, la violación funcionó como una amenaza no al cuerpo de la mujer, sino más bien a la construcción de la identidad de la mujer por parte del hombre. Según la interpretación de Barbara Zecchi del Código Penal español, desde la perspectiva del patriarcado dominante, la violación de una mujer “attacks public morality and introduces distrust. For this reason, only acts that cause scandal should be punished” (Zecchi 448). Evidentemente, la violencia cometida contra las mujeres no sólo era indigna de consideración, sino aceptable en las circunstancias adecuadas. Con tal de que la violencia pudiera ocultarse de la esfera pública, permanecería invisible e impune.
Aunque la sociedad no reconoció a las mujeres como individuos, paradójicamente fueron elevadas a un pedestal de pureza. Zecchi revela que “women could not desire to yield to man’s solicitations: sexual intercourse could only be desired by man, and thus, by these same premises, according to a woman’s point of view, its realization is nothing else than rape” (29). Las mujeres que cedían voluntariamente a los hombres eran condenadas, ya que el placer erótico y el deseo sexual femeninos eran vistos como naturales en la mujer. Como resultado de estas creencias dañinas, la violación, tal como se entiende hoy día, era difícil de probar. Desde hacía siglos, el patriarcado se había construido sobre una serie de creencias que facilitaban el acceso sexual del hombre a la mujer (Rhodes 203-207). No sólo se condenaba a las mujeres por su sexualidad innata, sino que también se las hacía responsables de las acciones de los hombres. Al hacer de la virginidad sinónimo de cualidades morales esenciales como la limpieza y la honestidad, las mujeres fueron incapaces de restaurar su imagen pública una vez perdida. Lamentablemente, el honor femenino giraba en torno a algo que, en última instancia, no podían controlar, a pesar de sus mejores esfuerzos.
Como resultado de tales normas y leyes sociales, la violación se normalizó y se consideró un antecedente aceptable de las relaciones matrimoniales en la Europa del siglo XVII. Ruggiero explica que “It was not atypical to begin a relationship with rape, move on to a promise of marriage, and continue with an affair” (31). Como resultado, las mujeres enfrentaban la posibilidad siempre presente de ser abandonadas y deshonradas. Barahona expresa que después de perder por la fuerza su honor, las mujeres “suffered extraordinary social consequences: loss of honor and social standing, decline in marriage prospects, and a decrease in the dowry amount commanded” (31). Además del trauma que sufrieron las mujeres, las ramificaciones sociales de la violación fueron tan extremas que una de las únicas soluciones viables para las mujeres era casarse con su violador. Lamentablemente, la ley y las normas culturales obligaron a las mujeres a casarse con sus violadores para restaurar su honor, y establecieron un sistema en el que las mujeres corrían mayor riesgo de vincularse emocionalmente con sus autores. Según Dee Graham et al., las mujeres corren mucho más riesgo de desarrollar vínculos emocionales con sus propios abusadores si la cultura perpetúa ciertas normas. Cuando la cultura les comunica el mensaje de que sus cuerpos pertenecen a los hombres, la sumisión femenina hacia los hombres se controla mediante la fuerza o el ostracismo social, y cuando se les culpa por su propia victimización, es mucho más probable que formen un vínculo emocional con su perpetrador (4). Además de la prevalencia de estas normas en la España del siglo XVII, la religión católica funcionó como una forma adicional de normalizar y respaldar su violación. Mediante la distorsión de los textos religiosos, se enseñó a las mujeres a aceptar cualquier forma de maltrato. Retratado como varón, omnipotente y superior, Dios dio sanción divina a las relaciones jerárquicas. A las mujeres se les enseñó que su sumisión a los hombres era no solo necesaria sino conveniente para todos y que cualquier desviación de esto era inaceptable. Como resultado, a las mujeres se les enseñó a perdonar y amar a sus enemigos, incluidos sus violadores.
La práctica problemática pero obligatoria de perdonar y amar al enemigo quizás se ejemplifique mejor a través de la obra de ficción de Cervantes, “La fuerza de la sangre.” Luego de ser violentamente secuestrada y violada, Leocadia logra enamorarse y casarse con su violador. Siete años después de su violación, Leocadia se reencuentra con Rodolfo, el hombre que la había violado. A pesar de que Rodolfo la había agraviado terriblemente, Cervantes escribe que su violador es quien Leocadia “quería más que la luz de sus ojos, con que alguna vez a hurto le miró” (93). Este paso narrativo sorprende a los lectores, quienes tienen dificultad para navegar su capacidad no solo de perdonar a Rodolfo a pesar de su falta de remordimiento, sino también de amarlo. Sin embargo, en lugar de funcionar como amor verdadero, este “amor” parece ser el deseo de ser plenamente reconocido como ser humano. Pecoraro afirma que “Leocadia might have to ‘love’ Rodolfo in order to enter the symbolic space of Spanish patriarchal society, but this love is clearly not reciprocated; or rather it is reciprocated in the only way it can be, as love for an object of desire, this time sanctioned by the state and church” (43).
Este supuesto “amor” parece funcionar como lujuria, en el caso de Rodolfo, y como último recurso para una mujer que se convertirá en la esposa de su violador. Para lograr este final descabellado, Cervantes libera a Leocadia de las mismas cualidades que la hacen humana. Reacciones instintivas como la ira y el resentimiento son reemplazadas forzada y artificialmente por sentimientos de amor. A través de su pasividad después de la violación, Leocadia fortalece el patriarcado y permite la redención de Rodolfo. Grieve afirma, “as Cervantes’ stories unfortunately demonstrate, love and marriage can redeem the sinner, but redemption often occurs at the expense of the redeemer, either through sublimation of violence against her or the loss of her liberty and free will” (104). Lamentablemente, la redención injustificada de Rodolfo exige el silencio y la pérdida de dignidad de Leocadia. A través de su matrimonio con Rodolfo, Leocadia redime tanto su propio honor y el de su familia, y también el de Rodolfo y la suya, al perdonarle por el crimen. Dentro de la ficción, Rodolfo nunca es condenado por el asalto, ya que opera dentro de una sociedad “where masculine desire runs rampant in very destructive ways, yet women are held responsible for ensuing chaos” (Pecoraro 54). En cambio, Leocadia debe pagar los pecados de Rodolfo: es escondida y silenciada mientras Rodolfo deambula libremente por Italia. Como resultado de este trato, Cervantes hace que los lectores infieran que Leocadia es de alguna manera responsable de la humillación que sufre. Según el estándar patriarcal, la pregunta final sería, “Pues todo acabó bien – ¿de qué se puede quejar?”
Después de despojar exitosamente a Leocadia de toda agencia, Cervantes puede establecer firmemente su conclusión, en la que respalda la opresión que enfrentaron las mujeres bajo el patriarcado. Si bien la voz narrativa condena la violación cuando ocurre, la obra identifica la violación con un impulso sexual instintivo que puede curarse mediante el matrimonio. Cervantes resuelve convenientemente la narrativa con la frase “agora viven, estos dos venturosos desposados, que muchos y felices años gozaron de sí mismos” (95). Sin embargo, la actitud impenitente de Rodolfo y el “amor,” mezclado con los sentimientos problemáticos de Leocadia, no parecen predecir muchos años de vida matrimonial productiva. El final “feliz” conserva la noción de que Leocadia se salva gracias a su matrimonio con Rodolfo, pero Cervantes no tiene en cuenta los sentimientos iniciales de su heroína al final de la historia, sino que borra esos sentimientos completamente. La violencia contra ella se olvida por completo a medida que el horrible matrimonio con su violador se transforma en un supuesto honor. Si bien la afirmación de que Leocadia logra un final feliz es incomprensible, Grieve sostiene que la capacidad de Leocadia de “amar” a Rodolfo y el reconocimiento despertado por parte de Rodolfo de la belleza y virtud de Leocadia “must be seen through the lens of the “miracle”” (94).
Leocadia supuestamente experimenta un “milagro” al recuperar su identidad al identificarse con Rodolfo. Opera como una paria, expulsada de la sociedad hasta que su matrimonio con Rodolfo le permite reintegrarse. Aunque Cervantes pueda estar explorando el misterio del milagro, resulta sorprendente y preocupante que su milagro comience con la violación. Sin embargo, esta angustiosa narrativa es de esperar, ya que Cervantes evidentemente no está preocupado por las implicaciones morales que surgen del hecho de que Leocadia se enamore felizmente de su perpetrador y se case con él. En cambio, opta por priorizar la restauración del orden social. Según Pecoraro, “Cervantes tames desire so that it can be satisfied and yet not challenge order. For him, therefore, the marriage plot comes to signify not a moral or theological but rather a social and literary order” (50). Aunque Cervantes intenta brindarle a Leocadia lo que él cree que es el mejor resultado, según las normas de su época, la resolución es increíblemente degradante. El matrimonio de Leocadia es una de las únicas soluciones factibles en la España del siglo XVII, pero Cervantes no expresa ningún sentimiento de indignación o preocupación por su forzado destino. Más bien, ilustra el matrimonio de Leocadia con su violador como una ocasión feliz, digna de celebración. Al presentar su unión como milagrosa, Cervantes intenta enmascarar la razón subyacente de su matrimonio. En realidad, Leocadia sólo se casa con Rodolfo porque él la ha violado. Su relación se basa en el acto de Rodolfo, no en su nuevo amor mutuo.
Mientras Leocadia de alguna manera encuentra la felicidad en el matrimonio con su violador, Zayas ilustra el dolor incurable que sus personajes femeninos soportan a manos de los hombres en los Desengaños amorosos. Para Zayas, la violación no es un accidente ni un precursor del amor, sino una tragedia. Joan Hoffman afirma: “Far from sublimating or mitigating violence toward women as Cervantes does in his ‘Fuerza,’ Zayas foregrounds it” (40). Al negarse a censurar la crueldad que soportan sus mujeres, Zayas garantiza que la sociedad no pueda olvidar o perdonar fácilmente los crímenes que los hombres cometen contra mujeres inocentes. Si bien la violencia que sufre Leocadia se oculta tanto interna como externamente, Zayas revela que la aflicción que soportan las mujeres no se puede reprimir ni contener, y mucho menos borrar. A diferencia de Cervantes, la violación no es un hecho aislado, sino más bien un delito que altera la vida y que afecta a las mujeres mucho después de que se ha cometido el delito real.
En su primera novela titulada “La esclava de su amante,” Zayas revela que la violencia contra su protagonista es tan intensa que a su paso se produce una transformación física. Isabel, inicialmente una mujer noble y rica, emerge de su metamorfosis como Zelima, una esclava mora que lleva una marca de esclavo en la cara. Además de simbolizar su esclavitud hacia su perpetrador, la marca refleja su transformación venenosa. Mientras Isabel relata los momentos inmediatamente posteriores a su violación, afirma: “a su parecer más quieta, aunque no al mío, que estaba hecha una pisada serpiente…” (Zayas 138). Mientras el agresor, don Manuel, asume que ha logrado aplastarla hasta el punto de no poderse recuperar, Isabel se posiciona en espiral y se prepara para contraatacar.
La transformación serpentina que Isabel experimenta metafóricamente está representada a través de la cicatriz en forma de S, que imita la curvatura de una serpiente. La adquisición de la marca por parte de Isabel coincide con el argumento de Stacey Parker de que, debido al estigma social asociado a sus cuerpos, “women who are violated are subjected to transformations that mark them as the ‘other,’ deserving of punishment” (526). Sin embargo, la marca que actúa como fuente de deformación física de Isabel sólo amplifica la “otredad” que ya le ha sido impuesta a través del patriarcado. Simone de Beauvoir escribe: “Here is to be found the basic trait of woman: she is the Other in a totality of which the two components are necessary to one another… she finds herself living in a world where men compel her to assume the status of the Other” (258; 262). Incluso sin su demarcación física, Isabel ya está predestinada a existir y operar como la ‘otra.’ La otredad adicional impuesta a Isabel socava aún más su identidad, provocando que se reduzca a un nivel casi infrahumano. Aunque Isabel se ha vuelto indeseable para la sociedad, Zayas transmite su verdadera naturaleza a través de su belleza inquebrantable. Mientras que el patriarcado vincula la pureza con la belleza, Isabel opera como un personaje que muestra simultáneamente desfiguración y belleza, a pesar de su percepción de inmoralidad sexual. Incluso cuando Isabel se presenta como Zelima, un miembro de la clase más baja, Zayas escribe: “La hermosura, el donaire, la majestad de sus airosos y concertados pasos no mostraba sino una princesa de Argel, una reina de Fez o Marruecos, o una sultana de Constantinopla” (124). A través de la creación por parte de Zayas de situaciones aparentemente paradójicas, como la coexistencia de la belleza y la corrupción, desafía las rígidas etiquetas que la sociedad ha impuesto a las mujeres.
Mientras Cervantes sostiene que la violencia que sufren las mujeres puede revocarse mediante el matrimonio, Zayas sugiere que es imposible que sus víctimas encuentren restauración y seguridad en los brazos de sus perpetradores. En lugar de operar como una fuente de redención, los hombres de Zayas funcionan como la fuente misma de violencia y dolor de las mujeres. Pecoraro afirma que “Zayas warns the reader (here more specifically the female reader) that male lust cannot be reformed, but rather only imported, with all its destructive impulses, to the marriage, and then only to be officially tolerated by family, church, and state” (52). Para Zayas, la sociedad patriarcal ofrece una vida continua de victimización, no de felicidad, como era el caso para Leocadia. Mientras Leocadia cumple con el mismo sistema que ha violado su dignidad, Isabel abandona este sistema e ingresa en un convento. Laura Gorfkle destaca este ejercicio del libre albedrío al afirmar que “the failures of the heroines in the stories to find the “ideal man” have brought to her consciousness the indomitable power of the paternal figure, which can only be avoided by the abandonment of marriage and the family, the institutions upon which the social structures of her society and its concomitant values were founded” (16). Si bien el abandono total de la sociedad opera como último recurso para Isabel, De Zayas les asegura a sus lectores que “No es trágico fin, sino el más feliz que se pudo dar” porque Isabel ya no está sujeta a nadie (510). En última instancia, De Zayas sostiene que la única solución para las mujeres es el abandono total del patriarcado. Sólo así podrán las mujeres escapar de la misma institución que busca oprimirlas.
Aunque Zayas separa a Isabel del arquetipo pasivo del “ángel caído” que encarna Leocadia, la naturaleza innata de don Manuel se hace eco de la de Rodolfo. En ambas obras, los hombres actúan como personajes lujuriosos, fácilmente atraídos por las mujeres. Rodolfo y don Manuel son antipáticos, ya que ninguno de los personajes se siente obligado a asumir responsabilidad por sus acciones o expresar remordimiento. Sin embargo, a pesar de sus similitudes, a los hombres se les conceden resultados muy diferentes. Mientras Rodolfo es perdonado, Zayas considera a don Manuel irredimible y digno de muerte. Es evidente que existe una gran disparidad en la magnitud del castigo. Respecto al final de Cervantes, Rhodes escribe: “These romance markers, combined with Leocadia’s hyper-heroic features, lead readers to surmise that Rodolfo will suffer, in accordance with romance’s pattern of punishing bad characters and rewarding good ones” (203). Sin embargo, Cervantes finalmente elige una forma de retribución decepcionante. A pesar de haber nacido de “la riqueza” y “la sangre ilustre,” a Rodolfo se le describe como un lobo, con “deshonesta desemvolutra” en la primera página (Cervantes 77). Cuando Rodolfo se reencuentra con Leocadia, está demasiado atrapado en su lujuria animal como para que ella siquiera considere la disparidad entre su clase económica. Incapaz de reconocer a Leocadia como la mujer a quien secuestró y violó, felizmente se une a ella. En esto, sostiene Cervantes, radica el castigo de Rodolfo. Cervantes sugiere que casar al desprevenido Rodolfo con una mujer pobre y “contaminada” sirve como retribución adecuada. Sin embargo, como Rodolfo no se da cuenta de que está siendo castigado, finalmente no recibe retribución. En contraposición severa a esta pena trivial, Zayas condena a muerte a don Manuel. Isabel relata, “Y viendo que a estas voces se levantaba don Manuel metiendo mano a la suya, le tiró una estocada tal, que, o fuese cogerle desapercibido, o que el Cielo por su mano le envió su merecido castigo y a mí la deseada venganza…” (Zayas 163). No se puede negar que don Manuel está completamente castigado; Zayas incluso hace que Isabel declare explícitamente que la muerte es el único castigo merecido de don Manuel. A través del brutal apuñalamiento del violador, la misma violencia cometida contra Isabel se transmite a su origen.
Aunque los hombres de Cervantes y Zayas reciben finales muy diferentes, la sociedad somete a sus protagonistas femeninas a la misma suerte. Jennifer Zundel expresa que Zayas retrata a las mujeres como “complex human beings who are capable of good and bad deeds, and who are ultimately victims of proprietary male views that can arbitrarily end their lives, regardless of who the individual women are” (10). En última instancia, las mujeres están condenadas al fracaso: la sociedad exige la misma solución tanto para Leocadia como para Isabel, sin importar cuán inocentes sean. Mientras Cervantes considera inútil a Leocadia a menos que se case con Rodolfo, Zayas permite que Isabel posea valor por sí misma, independientemente de un hombre. Zayas utiliza el mismo cuerpo que la sociedad ha considerado inútil y profanado de manera extraordinaria. Elige comunicarse con sus lectores a través del cuerpo de Isabel, transmitiendo la implacable violencia que soportan las mujeres a manos de los hombres. Al final, Zayas le da a Isabel un nuevo propósito, incluso cuando la sociedad la considera arruinada.
Obras citadas
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Casa, Frank P. “El tema de la violación sexual en la comedia” El escritor y la escena. Actas del I congreso de la Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro. Ciudad Juárez: Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1993. 203-212
De, Cervantes Saavedra Miguel. Novela de La Fuerza de La Sangre. Ediciones Cátedra, 2010.
De Zayas, María. “Parte Segunda Del Sarao y Entretenimiento Honesto.” Desengaños Amorosos, Letras Hispánicas, 1983.
Gorfkle, Laura J. “Seduction and Hysteria in María de Zayas’s Desengaños Amorosos.” Hispanófila , no. 115, Sept. 1995, pp. 11–28.
Graham, Dee, et al. Loving to Survive: Sexual Terror, Men’s Violence, and Women’s Lives. New York University Press, 1994.
Grieve, Patricia E. “Embroidering with saintly threads: María de Zayas challenges Cervantes and the Church.” Renaissance Quarterly, vol. 44, no. 1, 1991, pp. 86–106, https://doi.org/10.2307/2862407.
Hoffman, Joan M. “‘Ruecas’ into ‘Espadas, Almohadillas’ into ‘Libros’: Subversion in María de Zayas’ ‘La fuerza del amor.’” Hispanic Journal, vol. 27, no. 1, 2006, pp. 37–46.
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Pecoraro, Rosilie Hernandez. “‘La fuerza del amor’ or ‘The power of self-love’: Zayas’ response to Cervantes’ ‘La fuerza de la sangre.’” Hispanic Review, vol. 70, no. 1, 2002, p. 39, https://doi.org/10.2307/3246936.
Rhodes, Elizabeth. “Living with Rodolfo and Cervantes’s ‘La fuerza de la sangre.’” MLN, vol. 133, no. 2, 2018, pp. 201–223, https://doi.org/10.1353/mln.2018.0015.
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