Alaín Pérez Martínez
University of Saint Thomas
Nuestras memorias se remontan a finales del siglo XVIII, en los Estados Unidos de América, para ser más específico, en la ciudad de Baltimore, Estado de Maryland, donde, dos hermanas de color: la Madre Mary Lange y la Hermana María Balas, se habían establecido permanentemente. Tanto la Hermana Mary como la Hermana María, ambas de origen caribeño, llegaron huyendo de la Revolución de Haití (1791). Estas dos siervas de Dios formaban parte de la orden católica Hermanas Oblatas de la Providencia, que fuese y sigue siendo, la primera congregación católica romana, creada exitosamente por mujeres de ascendencia africana.
Con el apoyo significativo del Padre francés James Héctor Nicholas Joubert, que ya ha había contactado a las Hermanas Oblatas de la Providencia poco después de la llegada a Baltimore, alrededor de 1812, juntos emprenderían una labor educativa y religiosa sin precedentes. La asistencia, en la educación de muchos niños refugiados afroamericanos, no se hizo esperar. En la casa de la Hermana Mary Lange, con María Balas presente y las novicias en aquel entonces Rosine Boegue y Theresa Duchemin, aceptaron la propuesta del Padre James, de organizar una hermandad para el trabajo con niños pobres afroamericanos, ensenándoles, no sólo las Sagradas Escrituras, sino también a leer y a escribir. De esta manera, el proyecto-escuela dio sus primeros pasos. Un año después, la necesidad y la valentía de realizar este proyecto fue tan incalculable, que el 2 de julio de 1829 se funda oficialmente la Congregación de las Hermanas Oblatas de la Providencia de Baltimore, cuyo anhelo, a mediano y largo plazo, era poder brindar una educación formal y religiosa al mayor número de niñas y niños de descendencia africana posible. Estos niños estaban siendo víctimas de abusos raciales, discriminación y marginalidad, lo que los relegaba a una posición social desfavorable, en contraposición a una élite blanca que gozaba de privilegios y ventajas que su color de piel les ofrecía. Así pues, en pleno siglo de estigmas sociales, la Congregación Hermanas Oblatas de la Providencia, dirigidas por su fundadora y docente la Hermana Clarisse Elizabeth (María) Lange, el Padre Joubert y 3 hermanas más logran poner en marcha una red de escuelas católicas que se extendieron a muchas otras ciudades y estados del país. Estas acciones religiosas y educativas fueron el principio, de una profunda misión de amor que, quizás sin haberlo imaginado así, devino un proyecto a gran escala, traspasando las fronteras de los Estados Unidos; y dándose a conocer y a realizarse en países de América Latina y del Caribe como lo fueron: Costa Rica, República Dominicana y Cuba.
En el siglo XX, La República de Cuba, país caribeño con fuerte historia esclavista, también ofrecía, como los Estados Unidos, un panorama social, económico y político bastante desfavorable en referencia a proyectos a favor de la comunidad negra. En este contexto, Las Hermanas Oblatas no dejaron que esto las detuviera, al contrario, arribaron a Cuba en 1900, con el mismo ímpetu, amor, labor humana y determinación que las caracterizaba, a instaurar nuevos colegios, destinados a estudiantes afrodescendientes. Este ensayo tiene como objetivo demostrar la trascendencia y el legado histórico que dejaron Las Hermanas Oblatas de la Providencia en su paso por Cuba, venciendo todos los obstáculos y barreras que encontraron en los años de misión en Cuba.
Colegios y Educación en Cuba antes de las Oblatas
Con la culminación del período de dominación colonial español y el arribo de la etapa neocolonial con los Estados Unidos, el sistema educativo cubano se rediseñó y nuevas pautas, decretos y reglamentos fueron evaluados y progresivamente, dictaminados. Para empezar, era el Estado, el máximo y único responsable, de emitir las licencias para ejercer la profesión de maestro o educador, en el sector público o privado, bajo la siguiente premisa: “cualquier persona cualificada podría aprender o enseñar libremente cualquiera ciencia, arte o profesión, y fundar y sostener establecimientos de educación y de enseñanza” (Cordoví 10). Los educadores, maestros y profesionales del magisterio en general, debía respetar, apoyar e impartir la docencia, implementando solamente los estándares educacionales emitidos por el Estado; lo que iba a afectar directamente, la educación religiosa privada, cuya propuesta educacional era la de crear y ofrecer una educación alternativa a la del Estado. En el ámbito escolar católico, la preocupación por las ideas “en controversia” entre el Estado y la Iglesia, se acentuaban dentro de sus instancias educativas-religiosas. Los defensores del laicismo se oponían en su mayoría, a la enseñanza de las doctrinas y estatutos religiosos, ya que estos eran considerados como: “causales de los ingentes problemas nacionales y de formación del ciudadano” (Cordoví 12).
Sumado a las normativas y políticas estatales relacionadas con el laicismo, estaba el tema de la discriminación racial. El investigador Pavel Revelo, nos explica en su artículo titulado “Hermanas Oblatas en Cuba” (2023) que, en los siglos XIX y XX, la educación católica privada en Cuba “no estuvo pensada para los negros” (4). Para este sector de la población, el acceso a una buena educación constituía un sueño difícil de concretizar, marcado por muchas barreras.
En el censo realizado en Cuba en 1919, se muestran cifras reveladoras; según los resultados oficiales, las cifras de niñas negras que sabían leer, era de un 34, 2 % contra un 58,4% de niñas blancas (Ramírez Chicharro 9). A los estudiantes de color, de cualquier edad, deseando cursar un determinado nivel educacional, se les había inculcado desde una temprana edad un cierto sentimiento de disparidad que se manifestaba dentro de la sociedad. Las oportunidades eran limitadas y reservadas para aquella clase empoderada blanca, con privilegios, que debutó desde los tiempos de la colonización, continuando con la neocolonización. El racismo se manifestaba tanto en las escuelas públicas como privadas.
En cuanto a las escuelas privadas, en su mayoría eran americanas, la matrícula para alumnos de color era muy estricta; en cambio en las públicas, había más flexibilidad. Asimismo, la atmosfera estudiantil en la que se desarrollaban los niños de color no era la misma que para los niños blancos. Los alumnos negros se consideraban inferiores, sus condiciones eran precarias, existía una pobre preparación profesional por parte del claustro de profesores, las clases se dictaban con menos calidad, abundaban las indisciplinas, la discriminación por el color de piel, lo que los conducía en muchos casos, al abandono de la escuela y los estudios (Álvarez 278).
La Orden Católica de los Dominicos, que ya habían fundado escuelas en Cuba desde el siglo XVII, eran prácticamente de las pocas que daban la bienvenida en matricula, a niños de color. Los distintos espacios escolares, exceptuando las escuelas de los Dominicos, se prestaban para ejercer sentimientos y comportamientos racistas, acentuando el ausentismo, promoviendo la división de clases y llenando más de odio y desprecio el corazón de muchos alumnos; circunstancia que señala el profesor Revelo expresando que “muchos padres no querían enviar a sus hijos a las escuelas, para que no compartieran el mismo espacio que los niños negros, incluso se hacía rechazo también a los maestros de esa raza” (Rodríguez, 2019, p.30).
La llegada de las Hermanas Oblatas a Cuba
La llegada a Cuba de las Hermanas Oblatas de la Providencia ocurrió el 7 de noviembre de 1900. Cumpliendo las recomendaciones del Obispo cubano Enrique Pérez Serantes, se decide extender la misión a cinco provincias, comenzando por La Habana, luego Matanzas, Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba.
La hermandad que se trasladó a La Habana desde Baltimore estuvo encabezada por la Hermana Mary Ednas, quien, con un grupo de Hermanas de la Providencia, fundan un total de 8 colegios a lo largo del país. Según el inventario registrado y publicado en julio de 2023, en el artículo “Las Hermanas Oblatas de la Providencia en Cuba” (6), el investigador Pavel Revelo Álvarez las enumera en el siguiente orden fundacional: 1- Nuestra Señora de la Caridad (1900-1961, en la Ciudad de La Habana); 2- San José (1908-1961, en Cárdenas, Provincia de Matanzas); 3- Dulce Nombre de María (1908-1922, El Vedado, Habana); 4 – Nuestra Señora del Monte Carmelo (1910-1912, Provincia de Santa Clara); 5- Cayetano de Quesada- La Inmaculada (1925-1961, Provincia de Camagüey); 6 – Mother Consuela Clifford (1947-1961, Municipio de Marianao, en la Ciudad de La Habana); 7 – Mother Mary Elizabeth Lange (1949-1961, Provincia de Santiago de Cuba); 8 – Villa Providencia (1957- 1961, Ciudad de La Habana) (Revelo Álvarez 280).
Cada colegio que se logró poner en marcha tuvo un especial significado e impacto social, según la provincia y alumnado a quien estaba orientado. Las Hermanas Oblatas, con el apoyo de entidades educativas, religiosas y gubernamentales correspondientes, avanzaron en su propósito más preciado: abrir, lo antes posible, centros educativos para la enseñanza religiosa, cívica y formal de niños cubanos. Para este marco investigativo, haré referencia solo a aquellos más destacados, ya que son también, de los que hay más información publicada.
La inauguración del primer colegio no tardó en materializarse y a finales de 1900 se hizo realidad tan esperado y planificado proyecto. La otrora parroquia de Nuestra Señora de la Caridad (hoy Santuario de la Virgen de la Caridad) abrió sus puertas y ofreció sus espacios para dar la bienvenida a maestros y alumnos. El colegio contó durante las primeras semanas, con un claustro de profesores reducido, pero poco después del comienzo de las clases, el alumnado fue creciendo. La necesidad de contratar a nuevos maestros se impuso y, después de ciertas reflexiones, la congregación de hermanas decidió hacer modificaciones al profesorado y al currículo de clases. Parte de estos cambios fue la contratación de maestros laicos y la adición de dos nuevas asignaturas al programa escolar, la de Educación Física y de Apreciación Musical (Revelo 280).
El Santuario de la Virgen de la Caridad se encuentra ubicado dentro de la zona de protección patrimonial del Centro Histórico de la Ciudad de La Habana. Este templo constituye un valioso exponente de la arquitectura ecléctica habanera y es una de las iglesias más visitadas de La Habana y de Cuba. Sin embargo, más allá de sus valores patrimoniales tangibles, siempre quedará para la memoria y la historia cubanas, el recuerdo de haber servido como sede de uno de los colegios fundados por las Hermanas Oblatas de La Providencia.
El segundo colegio fundado ocurrió ocho años más tarde, en 1.908, en la provincia de Matanzas, en la ciudad de Cárdenas. Esta vez, se trató de un proyecto más ambicioso. El proyecto no solo abarcó una nueva escuela sino también se incluiría un convento. Con el fin de concretar esta meta, la Hermana cubana, Dorotea Mas, que había recibido como herencia familiar dos propiedades, no dudo en ponerlas en disposición de sus hermanas de fe y de su obra. Las viviendas fueron modificadas y preparadas para funcionar, una como colegio y la otra como convento y capilla. De acuerdo con esta investigación, el renombrado colegio San José recibió a más de doscientos niñas y niños matanceros, llegando a causar un gran impacto social y religioso en la provincia de Matanzas, así tal cual subrayó el doctor Pavel Revelo Álvarez en su proyecto sobre las Oblatas y su misión en Cuba: “fue la escuela con el mayor número de jóvenes profesas de Cárdenas” (8). Muchas de estas alumnas se convirtieron en mujeres de convicción en cuanto a la fe cristiana, con profundos y firmes valores cívicos y morales, listas para servir a su comunidad, como profesionales y como ciudadanas ejemplares (284).
Llama la atención, otros dos colegios en tierras cubanas, esta vez en el oriente del país, en la provincia de Camagüey, donde una burguesía negra emergente, muy poderosa económicamente, reclamaba una educación de excelencia para sus hijos. Fue así como dos nuevos colegios: La Inmaculada y Cateyano de Quesada, existieron desde 1925 hasta 1961. Además de la intervención directa de las Hermanas Oblatas, ambos colegios recibieron el apoyo del Obispo camagüeyano Monseñor Enrique Pérez Serantes y de Cateyano Quesada, Cónsul de Cuba en los Estados Unidos.
Siguiendo en conexión con esta parte de la isla, otra de las provincias cuya comunidad de afrodescendientes estaba en pleno crecimiento demográfico fue Santiago de Cuba. En esta región, el número de familias negras era considerable; mucha de ellas, poseían un alto nivel de preparación profesional, elemento decisivo para querer motivar a sus hijos a estudiar. Las Oblatas acudieron al llamado y en 1949, seis miembros de esta comunidad, todas ellas cubanas, se mudaron a Santiago de Cuba, para inaugurar el colegio Mother Mary Elizabeth Lange (Revelo Álvarez 279), escuela que portaría el nombre a la Madre fundadora de la congregación y que le sería otorgado como tributo a esta valiente mujer que tanta labor y amor entregó durante su fructífera vida.
El colegio Mother Mary Elizabeth Lange además de impartir las típicas clases diurnas, tenía un programa durante las noches, dirigido a las mujeres o jóvenes trabajadoras, que por diversos motivos no habían podido culminar sus estudios. Gracias a este programa nocturno, muchas lograron adquirir conocimientos, que luego les facilitó obtener un trabajo digno, un matrimonio y una posición social más aventajada (Revelo Álvarez 279). Las maestras eran las mismas Hermanas Oblatas. El programa escolar comprendía, de forma paralela a la enseñanza religiosa, clases de: mecanografía, inglés y español, literatura, higiene, dibujo, clases de cocina, geografía, historia de Cuba y de Los Estados Unidos, álgebra, costura; todas, materias altamente valoradas en la época.
En 1947, el municipio de Marianao, ubicado en la Ciudad de La Habana, también fue testigo de la misión de las Hermanas Oblatas, con el colegio Mother Consuela Clifford. La característica principal que diferenció este colegio del resto era que aceptaba estudiantes de todos los rincones del país. Era una escuela de excelencia y de reputación, reconocida a nivel nacional, especialmente entre las niñas de color, debido a su rigor y exigencias. Los criterios para la admisión de los alumnos eran elevados. Los estudiantes potenciales, tenía como primer y más importante requisito: ser ya conocido por algún miembro de la congregación de las Oblatas, de lo contrario, se pedía que sus padres o guardianes presentaran un documento, certificado por personas garantes, que dieran testimonio de la conducta moral del estudiante, además que debían enviar al colegio una copia oficial de sus calificaciones, a modo de evidencia de su buen desempeño académico.
A finales de la década del 50, el último de los colegios fue inaugurado. Lo intitularon Villa Providencia, puesto que brindaría servicios de “hospital y/o casa de descanso” para las Hermanas Oblatas que requerían ciertos cuidados debido a su avanzada edad o condiciones médicas. Este colegio se localizó en el municipio de Marianao, en la provincia de La Habana. Además de cumplir las funciones antes mencionadas, también fue un noviciado donde las futuras hermanas culminarían sus votos para ingresar como miembros oficiales de la hermandad.
Una lucha contra la “esclavitud”
Muchos eran los prejuicios, estigmas, problemas sociales y políticos que, sumados con la pobreza y la miseria, estarían constituyendo los puntos de partida de la misión de las Hermanas Oblatas en Cuba. Su tarea más que nada era de sembrar amor, paz, conocimientos, dignidad, confianza y sobre todas las cosas, esperanza. Cuando pienso en las Oblatas, me vienen a la memoria las sabias palabras del Padre Julio María Matovelle cuando expresó: “La caridad conoce por instinto normas pedagógicas que están fuera del alcance de los sabios, porque no nacen de la ciencia, sino que son frutos de la virtud” (María Matovelle 14).
El país se encontraba en medio de un complejo panorama político, con mucha inestabilidad presidencial, debido a los sucesivos gobiernos “títeres” controlados desde afuera por los Estados Unidos y, desde adentro, por una especie de “mafia” clasista y estereotipada. En la Cuba de principios del siglo XX, hasta 1959 aproximadamente, predominaban los estándares de clase social y color de piel. El poder político y económico lo poseían, en su mayoría, las personas ricas blancas que defendían a capa y espada los ideales y conceptos europeos, en cuanto a la supremacía del hombre blanco sobre el hombre negro.
En la Tesis Doctoral del Padre William Montgomery: Mission to Cuba and Costa Rica: The Oblate Sisters of Providence in Latin America (1997), leemos una cita que nos ilustra la mentalidad y los pensamientos de la nueva República; estas ideas permanecieron, al menos hasta la primera mitad del siglo XX y dice: “By 1903, there was a prevailing feeling, bolstered by bitter experience, that economic justice and social equality were not to be extended to Afro-Cubans under any circumstances” (167), siendo el tema racial, el mayor de todos. Sin embargo, tenían a la vez una profunda convicción de que la educación, la iglesia y los sacramentos, serían armas poderosas y necesarias para una clase de color emergente que seguía arrastrando las secuelas de la esclavitud de sus antepasados. Considero que uno de los logros más transcendentales que alcanzaron las Oblatas fue el de cambiar la manera de pensar de sus alumnas. Tratar de hacerles ver un lado positivo a los estereotipos representó mucho para estas futuras profesionales cubanas (Revelo Álvarez 281).
Ya era de conocimiento que el país no iba a cambiar de un día para otro, y por ello, las Hermanas Oblatas tuvieron que lidiar con los problemas raciales durante su estancia en el país. Gracias a esta investigación he sabido sobre el legado de su misión. Ocho colegios religiosos fundados, cientos de estudiantes que recibieron una instrucción formal y religiosa de excelencia, sobre la base de importantes valores como la no discriminación, el perdón, el amor al prójimo y a Dios por encima de todas las cosas. Sembraron la semilla del conocimiento y hoy en la actualidad todavía nos encontramos con exalumnas de las Oblatas que, a pesar de la edad, siguen recordando con nostalgia e infinito respeto y agradecimiento a las Hermanas Oblatas de la Providencia.
Esta investigación partió y concluye con las Hermanas Oblatas en la ciudad de Baltimore. En Cuba, desafortunadamente su trabajo estaría dando sus últimas señales de vida a mediados de 1961, un 11 de junio, cuando por ley del gobierno cubano, la educación privada cubana quedaría vetada. Sus colegios tuvieron que cerrar y las hermanas regresar a su convento en Baltimore.
Obras Citadas
Cordoví Núñez Yoel. “La regulación de la enseñanza privada en Cuba. Principalesproyectos, normativas y polémicas”. Historia del Caribe 30 (2017): 211-243.
Helen K. Black, Susan M. Hannum, Robert L. Rubinstein and Kate de Medeiros. “Generativity in Elderly Oblate Sisters of Providence”. The Gerontologist 3 (2014): 559-568.
Matovelle Julio. Obras Completas Del Rvmo. Padre Dr. Dn. José Julio María Matovelle. Impr. Del Clero (1930): 13-62.
Matovelle Julio. Obras Completas. Editorial Don Bosco (1979).
Montgomery, L. William. Mission to Cuba and Costa Rica: The Oblate Sisters of Providence in Latin America, 1900-1970. Washington, D.C, 1997.
“Relying on Providence: Mother Elizabeth Lange”. América, Octubre 2004. www.americamagazine.org/issue/499/article/relying-providence/. Acceso 10 oct.2023.
Revelo Álvarez, Pavel. “Hermanas Oblatas de la Providencia en Cuba (1900-1961): La Lucha y resistencia de las mujeres negras”. Cátedra 19 (2022): 275-287.
Rodríguez Méndez Vilda. “Periodización del proceso histórico-pedagógico de la educación católica escolarizada en Camagüey” (1915-1961).
Rodríguez, Y. (2019). Situación de la educación pública en Camagüey de 1907- 19012 (Tesis de pregrado). Universidad de Camagüey “Ignacio Agramonte Loynaz”, Camagüey, Cuba.