Micaelina Ramírez Chávez
California State University, Fresno
Si en pleno siglo XXI regresáramos la cinta del tiempo, no sería de sorprenderse atestiguar, cómo a mediados del siglo XX, América Latina experimentaría una serie de cambios que paulatinamente la conduciría hacia la modernización. México, que es un país que siempre busca implementar cambios por un mejor porvenir de los mexicanos (o, ¿de los burgueses?), no se quedaría atrás, y pronto empezaría a movilizarse rumbo a la nueva era, que es la de la modernización. Si bien en este ensayo se hará alusión a las décadas de los cuarenta hasta las décadas de los sesenta del siglo XX, cabe destacar que el proyecto de la modernización ya se venía viendo desde el año 1938, año en que Lázaro Cárdenas se desempeña como presidente de la república mexicana (López Portillo 68). No obstante, es durante el sexenio del presidente Miguel Alemán (1946 -1952) cuando se notaría el auge de tal proyecto modernizador. Antes de proceder, no estaría de más definir qué se entiende por modernización. Se entiende por modernización a las transformaciones que llevan a una determinada sociedad a adquirir características de una sociedad moderna. Es decir, que, con la modernización, la sociedad experimenta una serie de cambios tanto culturales, sociales, políticos como económicos, dejando atrás la tradicionalidad que la particulariza. La modernización supone el incremento de “la urbanización, un mejoramiento de la calidad de vida derivado del desarrollo científico y tecnológico, la expansión de la educación formal, las transformaciones en la estructura ocupacional, el debilitamiento de los roles sexuales tradicionales y la transformación de la familia” (Marín Bravo y Morales Martín s/p). Teniendo en cuenta estos aspectos de la modernización, el propósito de este ensayo es adentrarnos en la exploración de los efectos de este proceso en el contexto mexicano, particularmente en la Ciudad de México, a lo largo de las décadas que abarcan desde los años cuarenta hasta los años sesenta. Además, nos enfocaremos en identificar los conflictos que emergen como consecuencia de esta transformación en su apogeo, abordando esta temática a través del análisis de tres novelas mexicanas que son: De perfil(1966) de José Agustín, Las batallas en el desierto (1981) de José Emilio Pacheco, y Paseo de la Reforma (1997) de Elena Poniatowska. Por un lado, en la novela Las batallas en el desierto se puede notar que, con la llegada de la industrialización a la Ciudad de México, se generan grandes cambios que suponen la prosperidad de sus habitantes; sin embargo, estas transformaciones afectan negativamente a los sectores menos privilegiados de dicha sociedad. Es decir que dicho proceso de modernización no solo ocurre en el sentido económico, sino que también genera conflictos entre las clases sociales media alta/baja; esto, resulta en una amplificación de las brechas existentes entre ambos grupos sociales. Por otro lado, en la novela Paseo de la Reforma de Elena Poniatowska, los conflictos sociopolíticos y culturales entre la élite y la clase obrera se manifiestan como una denuncia del México moderno que promete una estabilidad económica; no obstante, esta estabilidad no beneficia a los dos grupos sociales de manera equitativa. Asimismo, las transformaciones no solo ocurren a nivel social y cultural, sino que también se manifiestan a nivel de género. La mujer intelectual se proyecta como una mujer liberal y a la vez compleja que es capaz actuar como justiciera y crítica de un México moderno imaginario. En cambio, en la novela De perfil de José Agustín se ponen de manifiesto los conflictos generacionales de una sociedad moderna. La influencia de la cultura estadounidense crea un cambio radical en la postura sociopolítica y cultural de la población joven. A partir de las ideologías modernas de la juventud, los choques generacionales se hacen más patentes por la actitud rebelde y libertina de los jóvenes que buscan autodefinirse en una sociedad plenamente moderna.
Aunque Las batallas en el desierto se publica en 1981, su trama nos transporta a una sociedad de las décadas de los cuarenta, una época en la que la Ciudad de México se encuentra inmersa en un proceso acelerado de modernización. A través de la voz, en primera persona, del protagonista, Carlos, somos guiados por un relato impregnado de nostalgia y reflexión. Desde el inicio, el uso del recuerdo se convierte en un hilo conductor, como lo sugiere la primera línea: “Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?” (Pacheco s/p). En esta evocación, Carlos se convierte en el depositario de memorias que revelan la vida de su infancia en la colonia Roma, un enclave predominantemente burgués en la capital mexicana. En este contexto, la narrativa de Carlos nos permite vislumbrar el impacto de los proyectos de modernización económica impulsados por el presidente Miguel Alemán. La familia de Carlos, al igual que muchas otras, se enfrenta a una nueva realidad marcada por la competencia con productos extranjeros, especialmente los provenientes de Estados Unidos. La fábrica de jabones de su padre se tambalea al borde de la bancarrota debido a la importación de productos extranjeros, específicamente de los Estados Unidos. A medida que la trama avanza, observamos cómo estos cambios sociales y económicos repercuten en las vidas cotidianas de los personajes, transformando sus dinámicas familiares y relaciones personales. Carlos emerge como un observador directo y participante en esta transformación. Así, la experiencia de Carlos se convierte en un microcosmos que refleja las tensiones y desafíos de una época de cambio profundo. Al final de la novela, Carlos se erige como un símbolo de esa transformación, personificando la dualidad entre la añoranza por un pasado que se desvanece y la aceptación de un futuro incierto, marcado por las huellas indelebles de la modernización.
Si bien la trama trata sobre la formación de Carlitos en un momento de transformación, el escritor mexicano Emilio Pacheco, pone de manifiesto la otra realidad que poco salía a la luz durante el gobierno de Alemán; la realidad de que no todas las familias se beneficiarían del proyecto modernizador alemanista. Pacheco, de manera estratégica, se vale de los personajes de Carlitos y Rosales para articular el contraste entre las dos realidades coexistentes de la época. Carlitos y su familia encarnan la clase media que se adapta a la nueva forma de vida, mientras que Rosales personifica a la clase trabajadora que se aferra a la tradición y se encuentra al margen de los beneficios del ambicioso proyecto. Desde la perspectiva del protagonista, el inicio de la novela pinta un retrato de la familia de Carlitos como típicamente tradicional. El padre trabaja en la producción de detergentes mexicanos, mientras que la madre se encarga de los quehaceres domésticos. Sin embargo, los estragos de la comercialización estadounidense pronto empezarían a hacerse evidentes. A pesar de que esto afecta el negocio del padre, ya que la demanda por jabón de lavar disminuye, la familia misma pronto se convierte en consumidora de los productos importados. La madre de Carlitos anhela reemplazar su modesta lavadora que funciona con hielo por una lavadora de la marca estadounidense. ¿Y por qué no?, también poder adquirir “una aspiradora, licuadora, olla express, refrigerador eléctrico” (Pacheco). De manera similar, el padre vende su fábrica de jabones para trabajar en una empresa estadounidense, que alguna vez fue su competidora. El interés no es solo por consumir los productos extranjeros, sino, también por adquirir un estilo de vida moderno, estadounidense. Esta transformación se manifiesta en la vestimenta, la alimentación, el entretenimiento e incluso en el lenguaje utilizado. Carlos, el protagonista, rememora cómo estas influencias extranjeras se colaron en su entorno familiar y social, transformando no solo sus preferencias sino también su identidad:
Mientras tanto nos modernizábamos, incorporábamos a nuestra habla términos que primero habían sonado como pochismos en las películas de Tin Tan y luego insensiblemente se mexicanizaban: tenquíu, oquéi, uasamara, sherap, sorry, uan móment pliis. Empezábamos a comer hamburguesas, pays, donas, jotdogs, malteadas, áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La cocacola sepultaba las aguas frescas de jamaica, chía, limón. Los pobres seguían tomando tepache. Nuestros padres se habituaban al jaibol que en principio les supo a medicina. En mi casa está prohibido el tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay que blanquear el gusto de los mexicanos (Pacheco).
Durante el proceso de transformación (“Mientras tanto nos modernizábamos”), se observa un notorio menosprecio hacia lo tradicional. Esta transición se manifiesta en la sustitución gradual de elementos autóctonos por aquellos considerados modernos. Así, el tepache y el tequila ceden su lugar al whisky, mientras que el agua de chía es reemplazada por la omnipresente Coca Cola. Esta metamorfosis sugiere que la modernidad está intrínsecamente vinculada a la adopción de gustos y prácticas más “americanizadas”. En este contexto, el deseo de incorporar la lengua extranjera, particularmente el inglés, adquiere un papel central. Este anhelo por adquirir un idioma foráneo no es exclusivo de los jóvenes, sino que también se extiende a los adultos, como se ejemplifica con el padre de Carlitos, quien se somete a un arduo curso de inglés en búsqueda de dominar dicha lengua.
Por su parte, Saúl Jiménez-Sandoval profundiza en las implicaciones ideológicas de la modernización, y cómo el mexicano siente la necesidad de adaptarse a lo que se considera una vida moderna, como una forma de afirmar su individualidad; de no ser así, este formaría parte de las estadísticas de los que “atrasan” el país. El autor argumenta que “[el] mexicano establece una necesidad de adaptar prácticas materiales definidas dentro del aparato ideológico para afirmarse como un sujeto en proceso de modernizarse” (436). Además, señala que “el aparato ideológico” no es más que una mera imitación del modelo estadounidense. Es decir que el mexicano percibe la necesidad de incorporar prácticas materiales específicas dentro del contexto ideológico para validar su proceso de modernización en curso. Este proceso, en cierto sentido, se convierte en una medida de autenticidad y pertenencia en una sociedad en constante cambio. Es crucial señalar que, en esta dinámica de modernización que se busca adoptar refleja la influencia dominante de la cultura estadounidense en la definición y construcción de lo que se percibe como moderno en el contexto mexicano. En última instancia, se puede deducir que el proceso de modernización es una cuestión compleja que va más allá de la simple adopción de elementos extranjeros; implica la redefinición de identidades individuales y colectivas en el contexto de una sociedad en constante evolución.
El deseo de emular el modelo estadounidense, que se considera sinónimo de modernización, genera nuevos conflictos entre las clases medias y bajas. A medida que avanza la novela, resulta evidente que la actitud de Carlitos se vuelve distante y algo despectiva hacia Rosales, un joven humilde pero inteligente. Rosales, al igual que muchos mexicanos, se gana la vida vendiendo chicles para ayudar a su madre desempleada. Él encarna el sector que no cosecha beneficios del proyecto de modernización. El chico ni siquiera cuenta con una cama para dormir, ya que duerme en un simple petate. El uso de términos peyorativos por parte de Carlitos para referirse a Rosales, llamándolo “indio” y “pelado”, señala la creciente brecha en sus estatus. Si al comienzo de la novela, la relación entre ambos chicos era más frecuente (¿fue quizás interés por parte de Carlitos para obtener ayuda con la tarea?), hacia el final se nota como si Carlos tratara de evitar activamente a Rosales. El capítulo final adquiere una importancia significativa al presentar a un Carlitos transformado. En palabras de Jiménez-Sandoval: “[a]l encontrarse con Rosales en un autobús, Carlos se ve transformado, desposeído de su antigua forma de ser, y envestido dentro de una identidad representativa” (443).
Además, Jiménez-Sandoval destaca que Rosales personifica a las víctimas menos privilegiadas de una modernización “carente”. Día tras día, Rosales lucha por sobrevivir, aferrándose a ciertas raíces y tradiciones, lo que provoca la ira de Carlos: “Rosales es el mexicano que aún mantiene ciertas raíces y costumbres y por ello recibe la furia de Carlos que lo culpa por vivir en la miseria y no asimilarse al sistema económico impuesto por los mexicanos aliados con las compañías de Estados Unidos” (445). Esta yuxtaposición subraya la tensión entre aquellos que abrazan la modernización, a menudo con el objetivo de aferrarse a ideales estadounidenses, y aquellos que se aferran a su herencia y se enfrentan a las consecuencias desiguales del cambio rápido.
Por otro lado, es notable cómo Carlitos ha experimentado un cambio marcado en sus preferencias literarias. En vez de leer revistas mexicanas, tales como Pepín o Paquín, se inclina decididamente hacia las novelas extranjeras, tal como la de Perry Mason, que devora en su versión original en inglés. Este cambio en sus hábitos de lectura es solo un reflejo más de su transformación. Además de sus gustos literarios, sus elecciones personales también han sufrido una metamorfosis. Su estilo de vestir ha evolucionado hacia un aspecto más moderno, optando por prendas que reflejan las tendencias estadounidenses. En cuanto a su alimentación, ha abandonado las tradicionales tortas en favor del “rosbif” y otros platillos extranjeros que encarnan su deseo de adoptar prácticas más occidentales.
No obstante, uno de los cambios más notables en la vida de Carlitos es su enamoramiento de Mariana, una mujer estadounidense mayor que él. Esta relación amorosa refleja su creciente atracción hacia lo extranjero y su inclinación por asimilar elementos de otras culturas en su vida. El análisis de Jiménez-Sandoval destaca cómo la transformación personal de Carlitos guarda una sorprendente similitud con la evolución que experimenta México en este período histórico. Estas dos figuras, la de Carlitos y la de México, son presentadas por Jiménez-Sandoval como modelos “inocentes” que, con el transcurso del tiempo, se ven irremediablemente seducidos por lo extranjero (446). Esta comparación profunda entre el desarrollo individual de Carlitos y la trayectoria histórica del país agrega una dimensión más amplia al análisis, resaltando la complejidad de la modernización y su influencia en diferentes niveles de la sociedad.
De manera similar, Eduardo Ruiz profundiza en la nueva identidad de Carlitos como un producto directo de su consumo, observando cómo el consumismo y los productos estadounidenses influyen en su experiencia: “El consumismo y los productos estadounidenses marcan la experiencia de Carlos en Las batallas. Hay supermercados y una abundancia de productos extranjeros: coches, refrescos, cigarros, aparatos eléctricos (Packard, Cadillac, General Electric, Mabe, Coca Cola)” (6). El autor continúa: “En este mundo de mercancías la identidad responde a la relación íntima o lejana con los productos, mejores, de Estados Unidos” (6). Ruiz sostiene que el mundo del consumismo y la abundancia de productos extranjeros marcan la trayectoria de Carlos. En esta dinámica de bienes de consumo, la identidad personal se forja a través de la relación, ya sea cercana o distante, con los productos importados, especialmente aquellos provenientes de Estados Unidos. Ruiz va más allá al vincular el personaje de Mariana con una mercancía extranjera que despierta la obsesión de Carlitos. Mariana se convierte en una pieza clave que contribuye a moldear la nueva identidad del joven, lo que ilustra cómo los lazos emocionales y las relaciones también se construyen en torno a la influencia extranjera. Un aspecto relevante surge cuando Carlos y su familia emigran a Estados Unidos al final de la novela. Según Ruiz, mientras la familia de Carlitos puede sentirse superior al adquirir productos extranjeros en México, su posición de clase media alta pasa desapercibida en los Estados Unidos. En este nuevo contexto, la familia se convierte en blanco de los estereotipos despectivos que etiquetan a los mexicanos: “De cara a la clase baja, la clase media se define por su capacidad de compra y consumo de productos extranjeros, aunque frente a los estadounidenses no logre sacudirse los peyorativos que alcanzan a todos los “nacionales”” (15). Ruiz apunta a la dualidad de la clase media, que se define por su capacidad de adquirir y consumir productos foráneos en México, pero que no logra eludir los términos peyorativos asociados a los “nacionales” cuando se compara con los estadounidenses (15). Este desenlace lleva a reflexionar sobre la eficacia del proyecto económico de la modernización. Si las familias disfrutaran de una mayor estabilidad económica en su país, no tendrían la necesidad de emigrar. En este sentido, el relato apunta a las fallas intrínsecas del proceso de modernización, ya que sus promesas de mejora económica y social no se han materializado plenamente. El resultado es una diáspora que no solo cuestiona la eficacia del proyecto, sino que también arroja luz sobre las complejas implicaciones sociales y culturales de la modernización.
Similarmente a Las batallas en el desierto, la novela Paseo de la Reforma de Elena Poniatowska también se sitúa en el contexto de las décadas de los cuarenta y cincuenta, abarcando una Ciudad de México en pleno proceso de modernización. Los personajes centrales, Ashby Egbert y Amaya Cenel, encarnan la intelectualidad burguesa y nos brindan una perspectiva sobre la otra cara de México que poco se daba a conocer. La narrativa se despliega en tercera persona, permitiendo que los diálogos revelen los pensamientos en primera persona de ambos protagonistas. Mientras ayudaba a su nana, Ashby Egbert sufre un accidente con un cable eléctrico, el cual pronto es llevado por la misma nana al hospital Obrero, un hospital del gobierno. En su condición de paciente en este hospital, Ashby es confrontado con la existencia del México menos visible cuando entra en contacto con otros pacientes pertenecientes a la clase trabajadora. Eventualmente, Amaya entra en escena, una mujer de temperamento intenso y conflictivo por quien Ashby desarrolla sentimientos profundos. Aunque ambos pertenecen al mismo estrato social, Amaya se encuentra inmersa en actividades de activismo en favor de los grupos más vulnerables de la sociedad, como los indígenas y los estudiantes. Hacia el final, la influencia de Amaya provoca un cambio en Ashby, quien desarrolla una mayor empatía hacia los menos favorecidos y decide adoptar un estilo de vida más simple y alejado del bullicio citadino. A medida que su conexión con Amaya profundiza, Ashby comienza a comprender las luchas y desafíos de los grupos marginados. Este proceso de transformación lleva a Ashby a renunciar a su antiguo estilo de vida y a establecerse en las afueras de la emblemática avenida Paseo de la Reforma en la Ciudad de México. La novela, a través de las experiencias de sus protagonistas, plantea preguntas pertinentes sobre la modernización y el cambio social, explorando cómo individuos de diferentes estratos sociales reaccionan ante los desafíos y las oportunidades que trae consigo el proceso de transformación de la sociedad.
Aunque la novela parece tratar de un simple romance entre los protagonistas, los conflictos sociopolíticos y culturales entre la élite y la clase baja son una problematización en la obra. Poniatowska nos presenta un contrapunto de los grupos sociales, donde los más destacados son los intelectuales burgueses que constantemente critican a otros intelectuales y al gobierno. Ashby se presenta como un arquetipo de la élite, un “fifí” de la avenida Paseo de la Reforma, cuyo recorrido educativo lo lleva a Londres y posteriormente lo convierte en un escritor crítico. No obstante, la perspectiva que presenta Poniatowska va más allá de la mera descripción de la élite; Amaya, a pesar de ser una intelectual perteneciente a este grupo privilegiado, asume una postura de crítica hacia su propia clase social. Esta disonancia queda patente cuando Amaya pronuncia: “Nada más cruel que una élite. Son crueles por ignorancia, por estupidez, porque no tienen la menor conciencia de su compromiso con los grandes deberes históricos. Nadie más lejos del sentimiento trágico de la vida que los ricos” (Poniatowska 60). El escenario de las tertulias, una característica típica de los grupos intelectuales, brinda a Amaya la plataforma para exponer sin reservas su crítica a la hipocresía que se vislumbra entre ciertos intelectuales famosos. Estos individuos proclaman su orgullo por México, pero sus acciones contradicen este discurso. Un caso paradigmático de esta disonancia es el de Frida Kahlo y Diego Rivera. Amaya desenmascara a estos icónicos personajes como farsantes que visten atuendos tradicionales para ciertas ocasiones, pero que en su vida diaria optan por vestimenta de moda proveniente de París. A través de estos elementos, la novela cobra una dimensión más profunda, exponiendo así la problematización social y cultural que subyacen bajo la superficie de un aparente “orgullosamente mexicano”. Amaya, en su papel de crítica aguerrida, percibe la apropiación de la vestimenta típica por parte de la burguesía como una ofensa hacia los indígenas. Desde su perspectiva, son los propios indígenas quienes deben llevar con orgullo su indumentaria tradicional, y no la élite. En un país marcado por su situación precaria, muchos intelectuales parecen estar desconectados de la realidad, sin embargo, Amaya no se calla al manifestar: “¿No se han dado cuenta de que la esencia de México no está en sus lanas de colores y en sus aguas de chía, sino en algo mucho más profundo: su miseria?” (Poniatowska 67).
Para Irma M. López, esta situación pone en evidencia de “que los grandes logros económicos del tiempo [aludiendo a la época del “desarrollismo”] son sólo para unos cuantos” dejando al margen a la gran mayoría de la población (84). Es decir, son solo para la élite. Además, López agrega que Amaya “es el recurso que entrelaza en el texto con naturalidad y rigor a la burguesía ilustrada con los estratos más desamparados y sórdidos de la vida en la Ciudad de México” (86). En otras palabras, estos logros están reservados para la élite. López también señala cómo Amaya actúa como un elemento de conexión natural entre la burguesía ilustrada y los estratos más desfavorecidos y difíciles de la Ciudad de México (86). En este sentido, Amaya asume un papel de defensora de la justicia, tejiendo puentes entre estos mundos aparentemente opuestos. En varios momentos cruciales, Amaya se revela como una figura solidaria con los grupos marginados. Por ejemplo, se une a un colectivo de campesinos en su lucha por recuperar las tierras arrebatadas por el gobierno. Su involucramiento es un testimonio de su compromiso con los desfavorecidos y de su voluntad de luchar por la equidad. Asimismo, Amaya brinda su apoyo a un grupo de estudiantes que protestan contra el gobierno, posicionándose como una voz fuerte en favor del cambio y la justicia en medio de un contexto político convulso. Mediante su activismo y solidaridad, Amaya emerge como un símbolo potente que ejemplifica los conflictos sociopolíticos y culturales que perviven en el México moderno representado en la obra, al tiempo que subraya la importancia de la conciencia social y el compromiso en un período de transformaciones y desafíos.
Si pensamos en las transformaciones de los personajes en la novela, es interesante notar que Amaya no representa a la típica mujer de la época de la revolución mexicana. Es decir, lo contrario a la mujer sumisa y abnegada, ella es una mujer liberal, autoritaria que sostiene una posición personal y política firme. Como ya se pudo apreciar, Amaya es capaz de enfrentarse al mismo gobierno para abogar por los derechos de la clase social desfavorecida. Amaya también se proyecta como una mujer liberal que disfruta de su vida sexual de manera desenfrenada. En su relación con Ashby, es ella quien ejerce control; es decir, es ella quien decide cuándo ver al chico, así sea para que éste le contribuya económicamente, o simplemente para tener relaciones sexuales. Es a través de la influencia de Amaya, junto con la de sus compañeros en el hospital Obrero, que Ashby puede observar el rostro oculto de México, aquel rostro envuelto en la pobreza. Hacia el final de la novela, Ashby experimenta una transformación. Su carácter de intelectual se desvanece y, como bien expresa Linda Ledford-Miller, la renuncia consciente de Ashby a su estatus privilegiado y comodidad, y la muerte de Amaya representan dos actos sacrificiales: “there are two sacrificial acts: Amaya’s death in protest, and Ashby’s deliberate sacrifice of his privileged position and comfort, exchanging his “palacio” for a rented room, his Mercedes for the metro, and meals prepared by a cook for Don Lolo’s fonda” (126). Este intercambio lo lleva a cambiar su “palacio” por una habitación alquilada, su Mercedes por el metro y sus comidas preparadas por un chef por las sencillas comidas de Don Lolo. Desde la perspectiva de Ledford-Miller, a medida que Ashby desciende en la escala social, asciende moralmente. De manera similar, Irma M. López traza un paralelo iluminador entre los cambios de Ashby y los del país mismo: “La novela establece conexiones directas entre los cambios internos del protagonista y los del país. En un nivel el título mismo de la novela —paseo/ trayectoria, reforma/cambio —hace alusión a la nueva fase tecnológica en la que entra la nación; en el otro a la renovación moral y espiritual que Ashley experimenta” (81- 82).
La renovación moral y espiritual de la que habla López parece ser cuestionada en la siguiente obra que nos ocupa. En la novela De perfil de José Agustín, los valores y principios se debaten entre el mundo de la juventud moderna y el mundo de los adultos en una sociedad completamente modernizada. La obra es considerada parte de la literatura de la “Onda” porque aborda temas juveniles, y “onda” es una palabra que los jóvenes utilizan con frecuencia. Expresiones como “¿qué onda?” y “agarra la onda” son frases comunes que destacan entre la juventud mexicana. La trama de la novela hace referencia a la década de 1960, y el escenario también es la Ciudad de México. El dilema revelado en la obra gira en torno a la adolescencia y los conflictos que surgen durante la edad de la rebeldía. El protagonista, quien es referido como “X”, es un adolescente de la clase media alta quien, junto a sus amigos, entre ellos Ricardo, Octavio, y Queta Johnson, se movilizan en su propio mundo donde a menudo disfrutan del alcohol, el rock and roll y el sexo. Con un estilo narrativo un tanto complejo, el protagonista relata sus experiencias desde el presente, recurriendo a menudo a elementos como flashbacks, archivos, diarios, diálogos e incluso elementos oníricos para complementar su proceso de autoformación durante una etapa tumultuosa de su vida.
Si en las dos novelas mencionadas, los choques culturales y conflictos sociales son una problematización de la ineludible modernización, en la novela De perfil de José Agustín estos conflictos se presentan de manera radical. La influencia de la cultura estadounidense ejerce un impacto profundo, dando lugar a nuevas formas de pensamiento y acción tanto en términos sociopolíticos como culturales en la población joven. Estas ideologías modernas que germinan entre la juventud dan lugar a grandes conflictos generacionales, ya que las perspectivas de los padres y las de la nueva generación parecen chocar y volverse cada vez más incompatibles. Las acciones rebeldes y desafiantes de los jóvenes de esta época se manifiestan como una suerte de contracultura en respuesta a los ideales y normas establecidos por la sociedad. Inke Gunia nos habla sobre la contracultura de las décadas de los sesenta en México la cual es considerada como “un movimiento de emancipación juvenil y la propuesta de nuevos modos de vivir” por los jóvenes (20). No obstante, la autora revela que estas nuevas formas de vivir, en las que se crea buscar una nueva identidad, ponen en tela de juicio los valores y principios que impone la sociedad, especialmente en las clases medias altas de las zonas urbanizadas. Desde los primeros pasajes de la novela, detectamos patrones de comportamiento en el protagonista que suscitan interrogantes sobre las transgresiones de los jóvenes. Por ejemplo, cuando notamos que el protagonista llama a sus padres simplemente por sus nombres (a veces llama a su padre Humbertote Sanóte o Papumberto): “Ahora debo regresar a la casa, porque de lo contrario Violeta me llamaría y no tolero cosas así”, y “Humberto me pidió que comiera con orden, sin mordiscar aquí y allá. No le hice caso” (Agustín 7). Esta última cita pone en evidencia cómo el joven desafía a su padre al desobedecer las normas básicas, tales como lo son unos simples modales para comer. En otro escenario, durante la celebración del cumpleaños de Esteban, primo del protagonista, es el propio Esteban quien establece una distancia entre los adultos y los jóvenes al declarar: “Señores— dirigiéndose a los mayores—, pertenecen ustedes a generaciones irreconciliables con la nuestra…, por lo tanto sugiero, y más bien, dado que es mi cumpleaños exijo que se recluyan en la salita (155). Dos frases clave resaltan: “generaciones irreconciliables” y “exijo”. La juventud misma es plenamente consciente de que ambas generaciones no comparten las mismas ideologías y, por lo tanto, son inconciliables. La exigencia es una característica de la rebeldía que demuestra la falta de respeto hacia los mayores. Esta falta de respeto no se dirige únicamente a los padres, sino también hacia la servidumbre. Mientras el protagonista llama “gata” a Carlota, la criada de la casa, Queta Johnson utiliza insultos como “idiota” hacia la suya, entre otros insultos. En la novela, se muestra, de manera evidente la dinámica de la juventud en conflicto con las normas establecidas, destacando la brecha generacional y la subversión de los roles sociales. Estos gestos y actitudes cuestionadores y desafiantes resaltan el deseo de los jóvenes por afirmar su propia identidad y marcar diferencias con las generaciones previas. La rebeldía se convierte así en una herramienta que proyecta la búsqueda de independencia y la búsqueda de nuevas formas de vivir y relacionarse en una sociedad que está en constante evolución.
Asimismo, el protagonista se encuentra en una etapa de su vida en la que parece no tener objetivos claros en la vida. Incierto sobre qué camino tomar y qué carrera elegir,” X” se halla en una encrucijada que desafía el sentido de su existencia. Como no tiene ningún tipo de obligación o preocupación económica, el chico opta por pasarla bien junto a sus amigos. El centro de la Ciudad de México se convierte en el epicentro de su actividad, un lugar donde estos jóvenes se congregan para asistir a conciertos, frecuentar bares y pasarla bien en los hoteles. En este contexto, el alcohol, el cigarrillo, el rock and roll, y la expresión libre de su sexualidad convergen en una sinergia perfecta de diversión. Notamos cómo el protagonista y Queta Johnson exploran su sexualidad con total libertad y sin tapujos. Si antes de la modernización, es decir, en la época de la revolución, el tema de la sexualidad y el erotismo se encontraban envueltas en un manto de tabúes y silencios, a principios de los años cincuenta, estos tabúes se van a destapar de manera desmesurada (Gunia 21). La liberación sexual y la apertura hacia los aspectos íntimos y sensuales de la vida adquieren una nueva dimensión en esta era de cambio y renovación. José Agustín, no falla en mostrar, de manera magistral, esta transformación, mostrándonos cómo la sociedad, y particularmente los jóvenes, empiezan a redefinir sus relaciones con la sexualidad y a explorarla sin restricciones. En este sentido, se marca una ruptura con las convenciones del pasado y se da paso a una exploración audaz de la identidad y el placer en una sociedad en pleno proceso de transformación. Por su parte, Leopoldo Lezama denomina este periodo como una “época convulsa”, y quien, además, ubica al mismo José Agustín como uno de los jóvenes de la época. En palabras de Lezama:
El choque entre las décadas de los cuarenta y cincuenta frente a la de los sesenta fue radical; las estructuras sociales fueron puestas en entredicho: la familia, la religión, la economía, la política, la educación, los modales, la sexualidad, las formas de entretenimiento. La gran generación de los sesenta fue la reacción a un convulso siglo XX que, pasada su segunda mitad, no pudo contener un estallido furioso, alucinante, cansada de cargar una depresión posbélica de veinte años (69).
No sería descabellado decir que las influencias extranjeras, especialmente en el ámbito del entretenimiento, ejercen un impacto profundo en las mentalidades y comportamientos de los jóvenes de los años sesenta. Con la llegada del comercio estadounidense, como parte del proyecto alemanista de “desarrollismo y progreso”, la juventud mexicana se ve fuertemente influenciada por la cultura estadounidense. La televisión, el cine y la radio se convierten en canales a través de los cuales los jóvenes “absorbe[n] todas las influencias que llegaban del vecino del norte (Gunia 21). Por ejemplo, cuando el padre del protagonista escucha la radio, se sintoniza una estación de transmisión estadounidense. El protagonista parece quedar cautivado por la canción que escucha en inglés: “se oyó un ritmo agradable: órgano, guitarras, baterías, armónica, qué sé yo” (Agustín 188). El contacto con el idioma inglés genera en los jóvenes un lenguaje híbrido que se convierte en un elemento fundamental de la nueva moda adoptada por esta generación. El impacto del rock and rolltambién se hace sentir en las acciones del protagonista y sus amigos. Brian L. Price acierta al afirmar que “[t]he rise of rock counterculture in the 1950s and 1960s corresponded to cultural changes among an increasingly large urban adolescent population that felt disenfranchised by the rigid modernizing efforts of the Mexican federal government” (245). De esta forma, el nuevo estilo de vida al “the American way”de los jóvenes se convierte en un manifiesto en una sociedad en la que, de alguna manera, buscan definirse como la nueva generación moderna y desafiar las normas impuestas. El flujo constante de influencias culturales provenientes del extranjero, en particular de los Estados Unidos, alimenta una transformación social en la que los jóvenes buscan distanciarse de las convenciones pasadas y forjar una identidad más alineada con las tendencias globales emergentes. La adopción de elementos extranjeros como el idioma, la música y los estilos de vida se presenta como un manifiesto en una sociedad donde, de algún modo, buscan definirse como la nueva generación moderna.
De este modo, podemos llegar a la conclusión de que tanto José Emilio Pacheco como Elena Poniatowska y José Agustín nos brindan a través de sus obras un panorama completo de la Ciudad de México en su proceso de modernización, que abarca desde las décadas de los cuarenta hasta los años sesenta. En este periodo, se manifiestan una serie de cambios profundos que transforman tanto la fisonomía de la ciudad como las vidas de sus habitantes. Con la irrupción de la modernización, la sociedad que previamente podría haber sido considerada tradicional, se ve sometida a una serie de metamorfosis que abarcan tanto aspectos sociopolíticos como culturales, y también repercuten a nivel familiar. Los patrones establecidos y las normas que habían prevalecido por generaciones comienzan a ceder paso a nuevos paradigmas que reflejan las influencias extranjeras y las crecientes interconexiones globales. La antigua convivencia entre tradición y modernidad se desdibuja, dando lugar a un entorno en constante cambio y a una sociedad que se encuentra en un estado de flujo constante.
Por un lado, en la novela Las batallas en el desierto se revela cómo la llegada de la industrialización a la Ciudad de México desencadena una serie de cambios radicales que inicialmente sugieren una prosperidad para sus habitantes. Sin embargo, estos cambios no se dan de manera uniforme y afectan de manera desigual a los diversos estratos sociales. Es innegable que el proceso de modernización abarca más que simples transformaciones económicas; se convierte en una fuerza generadora de tensiones y conflictos entre las distintas clases sociales, exacerbando las brechas preexistentes entre los sectores de clase media alta y baja. Este conflicto se manifiesta claramente en la relación entre Carlitos y Rosales, personajes que personifican dos mundos diametralmente opuestos. Mientras la familia de Carlitos se sumerge en la cultura estadounidense y adopta sus costumbres, Rosales, representante de la clase baja, sigue aferrado a sus raíces tradicionales y lucha diariamente por sobrevivir en un contexto adverso. Esta disparidad no solo crea una distancia entre los dos jóvenes, sino que también ilustra cómo la modernización puede dar lugar a la fragmentación social y a la pérdida de conexiones y valores compartidos. Por otro lado, en El Paseo de la Reforma de Elena Poniatowska, la autora pone de manifiesto los conflictos sociopolíticos y culturales que se despliegan entre la élite intelectual burguesa y la clase trabajadora. Aunque los protagonistas, Ashby y Amaya, pertenecen al mismo círculo social privilegiado, sus experiencias les permiten vislumbrar la otra cara de México, caracterizada por la desigualdad y la pobreza. Esta toma de conciencia actúa como un punto de inflexión que transforma sus perspectivas y sus decisiones. Mientras Ashby elige renunciar a los lujos y comodidades para vivir en sintonía con la realidad que enfrenta, Amaya emerge como una voz disidente y justiciera que se erige en defensa de los marginados y oprimidos. La trama de la novela ilustra cómo, en el contexto de la modernización, las fronteras entre las clases sociales se tornan permeables y cómo individuos de distintos estratos son capaces de desafiar el statu quo y empatizar con los menos afortunados. Finalmente, en De perfil de José Agustín, se pone en relieve cómo la influencia penetrante de la cultura estadounidense impulsa a la nueva generación a adoptar una perspectiva radicalmente diferente en cuestiones sociopolíticas y culturales. Las ideologías modernas de la juventud generan un choque de valores y una brecha generacional evidente. Los jóvenes de esta época, inspirados por la libertad y la rebeldía promovidas por la contracultura estadounidense, desafían las normas y expectativas impuestas por las generaciones anteriores. Esta ruptura entre las distintas generaciones se vuelve una manifestación palpable de cómo la modernización influye en la dinámica social y en las relaciones intergeneracionales, creando un escenario en el que la búsqueda de autodefinición se convierte en una respuesta natural al proceso de cambio constante en una sociedad en pleno proceso de transformación.
Obras citadas
Agustín, José. De perfil. México, Joaquín Mortiz, S.A., 1966.
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