Eukene Franco-Landa
University of Miami
Introducción
El inicio del siglo XX en América Latina estuvo marcado por una serie de intentos de crear sociedades independientes y autónomas, conocidos como proyectos de nación. Estos esfuerzos surgieron como consecuencia directa de los movimientos nacionalistas del siglo XIX, que buscaban liberarse del dominio colonial español, portugués y francés. Aunque países como Haití lograron la independencia temprana en 1804, el proceso de emancipación de la mayoría de las naciones hispanohablantes se extendió hasta la década de 1830, dejando pendientes casos como los de Cuba y Puerto Rico, que permanecieron bajo el control de otros poderes hasta finales del siglo XIX.
Si bien el logro de la independencia marcó un hito significativo en la historia de la región, estas nuevas naciones enfrentaron desafíos sustanciales en su búsqueda de identidad nacional y estabilidad política. A menudo, el poder pasó de las manos de las monarquías coloniales a las élites criollas, lo que resultó en una continuidad de las luchas internas por el control y la influencia. Estas “pseudoindependencias” sirvieron como impulso para los proyectos de nación, que tenían como objetivo definir las tradiciones, la cultura y la personalidad de los países emergentes. En este proceso, el siglo XIX presenció el inicio de la industrialización, el desarrollo agrícola y urbano, así como la creación de redes comerciales globales. En el ámbito literario, estos cambios sociopolíticos se reflejaron en la proliferación de ideas románticas y la producción artística, así como en la aparición de movimientos como el naturalismo y el costumbrismo. Sin embargo, a pesar de estos avances, muchas de las tensiones que persistían desde antes de las independencias no se habían resuelto completamente. Estos conflictos, combinados con el rápido cambio social y económico, sentaron las bases para los desafíos que definirían la América Latina del siglo XX, tanto en el ámbito político como en la producción literaria.
En este artículo, se plantean varios objetivos. En primer lugar, se busca analizar cómo la literatura del siglo XX en América Latina refleja el trauma colectivo experimentado por estas sociedades. En segundo lugar, se pretende explorar la relación entre la teoría del trauma y la representación de la violencia en la literatura latinoamericana, destacando cómo esta perspectiva teórica ofrece un marco analítico para comprender las profundas secuelas psicológicas y emocionales de los eventos traumáticos.
En esta línea, la teoría del trauma se revela como una herramienta crucial para desentrañar las complejidades de la violencia del siglo XX y su impacto en la psique individual y colectiva. Al emplear este enfoque teórico, se pretende profundizar en nuestra comprensión de cómo los escritores latinoamericanos han enfrentado el desafío de representar las experiencias traumáticas en sus obras, buscando dar voz a las heridas profundas que han marcado a sus sociedades.
Finalmente, este trabajo postula que la literatura del siglo XX en América Latina, a través de la lente de la teoría del trauma, ofrece una valiosa perspectiva para comprender y abordar el trauma colectivo experimentado por estas sociedades. El examen de unas obras tan emblemáticas como Pedro Páramo de Juan Rulfo, El campo de Griselda Gambaro y Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, desde el enfoque de la teoría del trauma, revela una exploración profunda de las experiencias traumáticas que han dejado una huella indeleble en estas sociedades. Estas obras no solo ofrecen una mirada penetrante sobre el impacto de la violencia estructural y los conflictos sociopolíticos en la psique colectiva, sino que también muestran cómo los escritores han enfrentado el desafío de representar estas profundas heridas.
Contexto histórico y marco teórico
La teoría del trauma, como han explicado Cathy Caruth, Shoshana Felman, Dori Laub, y Dominick LaCapra, ente otros, subraya la intrincada relación entre las experiencias traumáticas y su representación en las narrativas literarias. Bajo la influencia del pensamiento postmoderno, destacaron la dificultad de representar el trauma debido a su naturaleza esquiva para el lenguaje y se enfatiza el papel crucial de la literatura como medio para transmitir y representar diferentes traumas mediante técnicas narrativas y estilísticas propias de la ficción, que reflejan los síntomas del trauma (Escudero Alías, 2014).
El concepto de “la experiencia no reclamada” de Caruth (1996), proveniente de belatedness de Freud, enfatiza la dificultad inherente de captar y articular completamente eventos traumáticos, lo que a menudo resulta en narrativas fragmentadas y subjetividades fracturadas. El trauma, según Caruth, es una experiencia que deja una huella indeleble en la psique del individuo, pero que también desafía los límites del lenguaje y la representación. Las experiencias traumáticas individuales como los eventos extremos en la historia colectiva son difíciles de comprender directamente. En lugar de eso, se indica que solo podemos entenderlos a través de indicios o referencias que nos señalan hacia el significado del pasado (1996: 11). Esto significa que el trauma se experimenta como una ausencia que se repite, lo que refleja la naturaleza disociativa del trauma, es decir, la separación de la experiencia del individuo del resto de su conciencia. Además, esta forma de entender el trauma también destaca cómo el lenguaje y la comunicación se ven afectados por estas experiencias extremas, lo que hace que su comprensión sea aún más difícil. Esta idea de un “retorno de lo reprimido” implica que el trauma no puede ser completamente asimilado en el momento en que ocurre, sino que emerge de manera fragmentada y repetitiva en la conciencia del sujeto. Esta noción de la “experiencia no reclamada” destaca la dificultad inherente de articular y comprender plenamente los eventos traumáticos, lo que se refleja en la estructura narrativa y la representación fragmentada en la literatura.
Felman y Laub, por otro lado, han explorado el papel del testimonio en el proceso de dar voz a las experiencias traumáticas. Subrayan la importancia del testimonio como medio para recuperar un pasado traumático y su influencia en la configuración del presente y del futuro. El acto de testimoniar se convierte en un intento de hacer visible lo que de otro modo permanecería oculto, permitiendo que la víctima del trauma se convierta en un agente activo en la reconstrucción de su propia narrativa. Este proceso de testimonio es fundamental para la recuperación del individuo y la reconstrucción del sentido de identidad y agencia.
Finalmente, LaCapra (2001) ha abordado las complejidades de representar el trauma en la escritura histórica y literaria, destacando el “empatismo perturbador” (empathic unsettlement, 2001: 41), una conexión emocional con los demás ante eventos traumáticos. LaCapra argumenta que las obras de ficción tienen el poder de ofrecer nuevas perspectivas sobre eventos históricos traumáticos, destacando el poder de la ficción para ofrecer nuevas perspectivas sobre el trauma. Buscando superar las dicotomías tradicionales como verdad/ficción, su enfoque reconoce la complejidad del proceso de representación del trauma, distinguiendo entre repetición compulsiva del trauma (acting out) y su superación o mitigación (working through) y critica la sobrevaloración de la repetición compulsiva, argumentando que esto refuerza narrativas totalitarias en lugar de promover la comprensión y la curación (Escudero Alías, 2014).
En resumen, la teoría del trauma proporciona un marco analítico para explorar la intersección entre la experiencia individual y colectiva del trauma y su representación en la literatura latinoamericana del siglo XX. El principio del siglo XX en América Latina estuvo marcado por convulsiones sociopolíticas que dejaron un legado de violencia, corrupción y explotación en varios países de la región. Los países en los que nos centramos aquí, México, Argentina y Colombia, entre otros, fueron especialmente afectados por estos fenómenos, cuyas raíces se remontan a períodos anteriores y se entrelazan con los procesos de modernización y luchas por el poder.
En México, durante la larga dictadura de Porfirio Díaz (1876-1911), se observó un significativo crecimiento económico a expensas de la explotación de los más desfavorecidos, lo que generó un profundo descontento y exacerbó las tensiones de la oposición durante la década de 1910. En este contexto, emergió la Revolución Mexicana (1910-¿?1). En las elecciones de 1910, Díaz aseguró que no se presentaría nuevamente como candidato, lo que llevó a Francisco Madero a iniciar una campaña para crear una oposición sólida, desencadenando su propia detención y el retorno de Díaz al poder. Tras escapar a Estados Unidos, Madero promulgó el Plan de San Luis, marcando así el inicio oficial del conflicto armado revolucionario en el norte de México. Ante esta situación, Díaz renunció y se exilió a Europa. A pesar de que Madero regresó en 1911 como presidente de México, las tensiones persistieron debido a las diferencias con otros líderes revolucionarios como Zapata u Orozco. En 1913, Félix Díaz, Bernardo Reyes y Victoriano Huerta perpetraron un golpe de estado militar, culminando con el asesinato de Madero y la ascensión de Huerta a la presidencia, lo que provocó cierto descontento entre otros revolucionarios, como Venustiano Carranza y Pancho Villa, debido a la dictadura y represión militar de Huerta. Tras la invasión estadounidense, Huerta huyó y Carranza fue nombrado presidente, dando lugar a la creación de la constitución mexicana en 1917. Sin embargo, este hito no puso fin a los conflictos entre facciones, y la guerra civil persistió hasta diluirse en la cotidianidad (Garfias, 1997).
Por otro lado, Argentina, desde la independencia del Virreinato de La Plata, fue un proyecto de nación inestable en el cual se desarrolla especialmente el papel del dictador como elemento clave de su sociedad (como el dictador Rosas) junto a las estrategias de blanqueamiento racial. Como parte del proyecto de nación, cabe destacar la figura de Domingo Faustino Sarmiento, un escritor copartícipe del proyecto racista en el que se embarcó Argentina que consistía en eliminar los restos indígenas y abrir las puertas a la inmigración europea. Durante el siglo XIX, Argentina y Uruguay recibieron miles de italianos y españoles, como parte de su proyecto de blanqueamiento y modernización. El resultado inmediato de este fenómeno fue la distinción étnica, lingüística y cultural de Argentina (y Uruguay) respecto al resto de países, al quedarse casi sin rastro de comunidades precoloniales (Abad de Santillán, 1965).
En el proceso de modernidad, se producen avances tecnológicos y sociales de manera que Argentina se convierte, junto con México, en un foco de la industria cultural en América Latina. En medio de dicho proceso se presentan otros dos fenómenos que marcaron la identidad sociopolítica de Argentina: la acogida de criminales nazis, en teoría anónima, pero reconocida por todos (Mercado, 2017) y el Peronismo. Juan Domingo Perón fue un militar elegido presidente por primera vez en 1946. Si bien su gobierno se caracterizó por una combinación de populismo y caudillismo, Perón fue altamente reconocido por los sectores obreros por su implicación con los más desfavorecidos. Las guerrillas y la prensa opositora fueron fuertemente perseguidas, lo cual creó gran tensión con el sector religioso. En sus tres candidaturas tuvo diversos golpes de estado, como el bombardeo de la Plaza de mayo en 1955, un suceso en el cual el ejército argentino bombardeó a la población civil. Perón tuvo que exiliarse y a su vuelta (1973) volvió a ganar las elecciones, muriendo dos años más tarde y dejando a su segunda esposa, María Estela Martínez ‘Isabel Perón’, a cargo del gobierno. Las tensiones aumentan hasta explotar en el golpe militar de 1976 que dio el inició a la “Guerra sucia” (1976-1983) de Argentina, conocida especialmente por su régimen opresor y por el secuestro de miles de jóvenes y bebés asociados a la oposición. Esta violencia y terrorismo de estado han marcado la sociedad argentina hasta hoy en día.
Por último, después de las independencias, la actual Colombia quedó como el país más favorecido al tener una gran variedad de recursos. Circunstancialmente, era de los países más prometedores respecto al desarrollo económico de la nación; sin embargo, antes de independizarse ya contaba con numerosos conflictos internos, provocando que el proyecto de nación encontrara obstáculos entre una guerra civil y otra. A finales del siglo XIX empieza “La guerra de los 1000 días” (1899-1902), que ganaron los conservadores y que causó una gran crisis económica, miles de muertos y la pérdida de Panamá (1903), en interés de Estados Unidos. Simultáneamente, empieza la explotación de las tierras con productos locales, como el cultivo del banano en el departamento de Magdalena, lo que provocó que muchos colombianos migraran allí escapando de la guerra. Colombia estaba en crisis, así que el gobierno proporcionó a empresas extranjeras, como la americana United Fruit Company, mano de obra barata y concesiones de tierras. Esto impactó en el bienestar del pueblo colombiano, ya que les devolvió el imperialismo y esclavitud de los que creían haberse librado un siglo antes. En este contexto tuvo lugar la masacre de las bananeras (1928), una huelga de trabajadores que acabó en el fusilamiento de unos 3.000 trabajadores (“La noche de la vergüenza nacional: así fue la masacre de las bananeras”, El Tiempo). El oscuro periodo de “La Violencia” de 1925 a 1958 sumió a Colombia en una serie de tragedias continuas y causó 113.000-300.000 muertos, además del desplazamiento de más de 2.000.000 de personas (“Análisis demográfico de la Violencia en Colombia”, 2020). De 1932-34 Colombia tuvo un conflicto con Perú debido a disputas territoriales y a la fiebre del caucho y, finalmente, en 1948, sucedió “El Bogotazo”, el asesinato del joven líder liberal, Jorge Eliécer Gaitán. Esta serie de sucesos marcó a la sociedad colombiana del siglo XX y produjo un trauma colectivo que afectó a varias generaciones.
En resumen, la literatura producida durante los períodos turbulentos de violencia, corrupción y explotación en México, Argentina y Colombia durante el siglo XX, ofrece una ventana única para comprender el trauma colectivo experimentado por estas sociedades. Autores como Juan Rulfo en México, Griselda Gambaro en Argentina y Gabriel García Márquez en Colombia han plasmado en sus obras las profundas cicatrices dejadas por estos sucesos históricos en el tejido social y psicológico de sus países. Sus narrativas reflejan la complejidad de las experiencias individuales y colectivas de dolor, pérdida y lucha por la supervivencia en medio de contextos marcados por la opresión y la injusticia, como analizaremos en la siguiente sección.
La violencia en la literatura como reflejo de una sociedad traumatizada
La literatura latinoamericana del siglo XX muestra un gran trasfondo de violencia estructural que tiene origen en los múltiples conflictos armados en los que se vio envuelta. Además de las guerras de los siglos XIX-XX, existían conflictos previos en la memoria, como las guerras guaraníticas (1754-55) en la triple frontera, la invasión inca en Perú y Argentina, el conflicto araucano en Chile, la masacre de los charrúas en Uruguay (1831)…etc. por lo que el hecho de que América Latina no tuviera periodos de paz y que la independencia hubiera supuesto una neocolonización convirtió la memoria del continente en un determinismo sin aparente solución.
La frustración de las sociedades latinoamericanas quedó bien reflejada en varias obras maestras del siglo XX. En las de referencia a la Revolución Mexicana, destaca la desesperación por la absurdez en la que se convirtió la guerra, como se puede observar en Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, donde, el tema principal no es la violencia de la revolución, sino la violencia estructural impuesta por una familia cacique, los Páramo, en Comala. Un elemento crucial es la interacción entre vivos y muertos que constituye uno de los argumentos centrales para categorizarla dentro del realismo mágico. En esta novela fantástica también destaca la presencia de violaciones programadas y su falta de repercusión en la sociedad machista de México. Comala representa la estructura de poder de las fuerzas militares y la iglesia, típica en los regímenes dictatoriales conservadores. Por ejemplo, en un momento de la novela, llegan los soldados revolucionarios y no saben ni por qué (90-91):
Para Rulfo, la revolución se convierte en un símbolo de desesperanza, un pasado que deja a los personajes marcados. La opresión ejercida por los Páramo resulta en un pueblo de almas errantes buscando el perdón. Se destaca la hipocresía en la relación entre pecado y perdón, reflejada en la espiral de violencia que afecta tanto a los Páramo como al pueblo. Un ejemplo es la confesión de Dorotea sobre su complicidad en el abuso sexual perpetrado por Miguel Páramo, que incluye a la sobrina del padre Rentería:
Narrativamente, es innovadora para su época, ya que mezcla constantemente narraciones intertemporales: una en primera persona, contada por el protagonista en el presente, y otra en tercera persona, en forma de flashbacks de diferentes vecinos del pueblo. A través de la representación fragmentada y no lineal del impacto de la explotación y la violencia en los habitantes de Comala, se ofrece una visión conmovedora del trauma colectivo, destacando cómo las experiencias individuales se entrelazan en un tejido de dolor y desolación compartidos. Según Caruth, el trauma no se limita a un evento violento en el pasado de un individuo; más bien, continúa manifestándose en la vida de los supervivientes y las comunidades de formas complejas y a menudo inesperadas (Caruth, 1996: 17), por lo que, al empujar los límites de las representaciones temporales, la narración refleja el retorno del trauma reprimido (ibid.) a través de un desolador paisaje de desesperanza.
Por otro lado, Rulfo juega con la conciencia y falta de ésta a lo largo de la historia, como cuando Juan Preciado se despierta “muerto” desafiando, así, la corporalidad de los personajes. Juan se queda sin voz del terror provocado por los murmullos de las almas que lo rodean, sin saber si son reales o si está enloqueciendo.
La disociación y la latencia inherente del trauma crean una brecha temporal en la cual el significado y el valor de la experiencia son indeterminados (Caruth 1996: 61). La ruptura disociativa en el tiempo y la dimensión de los vivos causa tanto el sufrimiento emocional como la incapacidad para identificar o “localizar” el significado del evento (idem.), la muerte del personaje principal, que continúa activo.
La narrativa de Rulfo refleja una sociedad mexicana marcada por el trauma dejado por la revolución, donde la vida de los más desfavorecidos, especialmente las mujeres, es sacrificada en nombre de una revolución popular idealizada. Rulfo utiliza su obra como herramienta para exponer críticas sociopolíticas, revelando las devastadoras consecuencias de la violencia estructural. Esta perturbación de empatía, según LaCapra (2001), se manifiesta de manera evidente a través de la exposición de las injusticias sociales y consecuencias del trauma colectivo en la comunidad retratada. La obra ofrece un testimonio profundo de cómo la opresión afecta a las personas y a la sociedad en su conjunto, destacando la importancia de la empatía y la compasión en la comprensión y respuesta a las experiencias traumáticas. Como señala Williams (1998), “Pedro Páramo is both a local story and a universal story of frustrated love, repression, and solitude” (7).
El campo (1966) de Griselda Gambaro también refleja las secuelas de la violencia social en América Latina mientras aborda la conceptualización de la (ir)responsabilidad ética propuesta por LaCapra (2001), donde la ideología prevalece sobre la moralidad, dando lugar a la deshumanización y el sufrimiento de los más vulnerables. En el contexto argentino, es evidente la tensión política que los intelectuales percibían en los últimos años de Perón, ya que muchos lo consideraban un dictador fascista (King, 2005). Griselda Gambaro, junto a Osvaldo Dragún, Solórzano, Triana Chrocrón y otros, participó en un estallido de innovación teatral cargado de material político. Gambaro ofrece una mirada penetrante a las dinámicas de poder que encuentra sus raíces en la complicada historia sociopolítica de Argentina. Mientras Pedro Páramo se sumerge en la violencia impuesta por una familia cacique, El campo expone la violencia sistémica arraigada Argentina, marcada por tensiones y un pasado de colaboración con el régimen nazi.
Aunque las obras difieren en su enfoque y ambientación, comparten la temática subyacente del trauma colectivo que permea la psique de sus respectivas sociedades. Mientras Rulfo se sumerge en el realismo mágico para representar las secuelas de la revolución mexicana, Gambaro emplea el teatro del absurdo para reflejar la complicidad con el autoritarismo.
Mediante un teatro estrechamente ligado al contexto histórico-político de Argentina, Gambaro logra reflejar con gran sutileza en El campo (1966) la violencia conocida pero no reconocida: la estrecha relación de Argentina con los exiliados nazis y su antisemitismo público. La frustración argentina por el deseo de ser europeos desembocó en una complicidad con las políticas nazis. En aquel tiempo el segundo gobierno de Perón había caído y se preveían conflictos con el sector conservador. En ese contexto de difícil restauración democrática Gambaro refleja el enfrentamiento básico del opresor y el oprimido, con influencia del teatro minimalista de Grotowski (Oviedo 272). La historia se desarrolla en un campo de concentración que podría ser la Alemania nazi donde el control mental y la sumisión física mediante el terror es el día a día de los prisioneros. Martín, el protagonista comienza su nuevo empleo como administrador; sin embargo, los ruidos, olores y misterios incesantes, como los delirios de la presa Emma, provocan que sospeche que se trata de un lugar siniestro y decide marcharse, lo cual lleva a la ejecución de ambos. Ante la moral ambigua en la que se encontraba la sociedad, la autora trata el problema de las consecuencias morales de la la inacción y crea un riguroso análisis de las presiones sociales que llevan a la falla psicológica conductual o a un conflicto existencial (idem.). Al igual que la moral, el texto resulta ambiguo relacionando así el campo con la Pampa, o el entorno rural gaucho característico de la sociedad argentina como un campo de concentración. Es justamente esa ambigüedad lo que hace el texto tenebroso, dando más terror lo aparente que lo explícito. La autora crea su propio lenguaje teatral, construyendo algo simple pero poético. Mediante el humor negro y una visión verdaderamente futurista reflejada a través de la falta de especificidad, fragmentación y el juego de incomodar con lo absurdo, se presenta el proyecto de exposición de la deshumanización, en el cual ya se anticipa el horror de Argentina. En el tercer cuadro del segundo acto, Franco organiza un concierto de piano para Emma, una presa delirante a la que permite estar en la oficina de tanto en tanto. El concierto es el sumun de lo absurdo, ya que el público lo componen los presos y los oficiales de las S.S.. El oficial, ignorando la sarna y dolores de Emma y del resto de los presos, se sumerge en su rol de manager, animando a Emma a comenzar. Mientras tanto, los soldados de las S.S., torturan “amistosamente” a Martín, que empieza a darse cuenta de lo extraño de su lugar de trabajo.
Esta provocación apela a la incomodidad emocional ante eventos traumáticos extremos o, en términos de LaCapra, de “perturbación empática”. Mediante esta conexión emocional, se busca el shock como medio hacia la compasión. Según la teoría del trauma, la incapacidad de representar completamente un evento traumático del pasado, debido a la fragmentación en la memoria, crea una sensación de ausencia, lo cual es curioso porque esa ausencia misma señala la importancia del evento, aunque no podamos entender completamente su significado (Caruth, 1996). Esto se debe a que el trauma sigue afectando nuestra conciencia, incluso cuando no podemos entenderlo claramente. La historia, entonces, no logra captar totalmente estos eventos traumáticos, porque cualquier intento de representación es como una forma de ficción (1996: 15). Esta idea sugiere que el impacto de experiencias traumáticas desconocidas e inexplicables, como la llegada del ideario fascista en Argentina, no solo afecta a las personas individualmente, sino que también influye en la experiencia emocional de grupos culturales enteros. Lo que parecía ser un concierto de una trabajadora de empresa es, en realidad, una tortura psicológica en la que las víctimas y sus victimarios comparten un espacio cerrado. El dolor físico, la ansiedad del picor y el delirio crean un ambiente tan absurdo como aterrador, donde nada es lo que parece.
La obra también resuena con las teorías de Shoshana Felman y Dori Laub (1992) sobre el testimonio como herramienta para dar voz a las experiencias traumáticas, ya que este doble sentido es también un reflejo del trauma. En el cuarto cuadro del segundo acto, Martín y Emma están trabajando en la oficina mientras Franco y los soldados se han ido a “cazar zorros”. Emma le está contando con exagerada superficialidad que es una costumbre y un deporte que les entusiasma, mientras que Martín no está convencido de lo que está escuchando, al verse muy cerca del sonido de las ametralladoras. La atrocidad permanece oculta, y va in crescendo hasta que Franco llega y les dice que eran animales sarnosos, una enfermedad de la que sufrían todos los presos. La obsesión por la capacidad de trabajo u ocultar la sarna de Emma forman parte del simbolismo de la doble cara, tapando así con delirios la cruel realidad del campo de concentración.
El acto de testimoniar en El campo se convierte en un medio para visibilizar lo que de otro modo permanecería oculto, permitiendo que los personajes afectados por el trauma recuperen su agencia y reconstruyan su identidad a través de la narrativa. Este proceso de toma de agencia mediante el testimonio de Gambaro deja en manos del lector la reconstrucción de un trauma que parece ya olvidado, fundamental para la reconstrucción del sentido de identidad y la moral en el entorno argentino marcado por la falta de crítica a los sistemas totalitarios.
Finalmente, Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez ofrece una mirada igualmente penetrante a las repercusiones del trauma en la sociedad latinoamericana. A través de la saga multigeneracional de la familia Buendía, García Márquez examina las complejas interacciones entre historia, memoria y experiencia personal, mostrando cómo el legado del pasado sigue pesando sobre las siguientes generaciones. Al igual que Rulfo y Gambaro, García Márquez emplea técnicas narrativas innovadoras, como el intercambio de narradores, la no-linealidad temporal y el lo fantasioso, para captar la esencia del trauma y su impacto en la psique colectiva.
En el siglo XIX llegaron nuevas estructuras de producción de Europa y Estados Unidos, así como la fabricación en serie y la explotación masiva de productos de la tierra. Este nuevo modelo de trabajo desencadenó en una esclavitud legal por parte de empresas extranjeras y nacionales, llevando a duras consecuencias como guerras y masacres militares. Los yacimientos de salitre del desierto de Atacama fueron uno de los motivos promotores de la Guerra del Pacífico (1879-1884) entre Bolivia, Chile y Perú. Por su parte, en Colombia, la explotación del banano por parte de empresas angloamericanas desató una huelga que acabó en la masacre de las bananeras (1928), plasmado vivamente en Cien años de soledad (1967).
La novela ofrece una representación contundente de la relación entre la explotación humana y agrícola en la sociedad latinoamericana, abordando temas como el colonialismo, la violencia estructural y la explotación de recursos naturales. A través de la historia de los Buendía y el desarrollo de Macondo, se refleja las consecuencias de la colonización y la llegada de empresas extranjeras, que simbolizan la dominación económica y política en la región. Los personajes luchan contra estas fuerzas opresivas en busca de autonomía y libertad, mostrando los desafíos enfrentados por las comunidades latinoamericanas. Además, los elementos mágicos y surrealistas desafían las narrativas hegemónicas y ofrecen una visión alternativa de la realidad latinoamericana. Siguiendo la teorización de LaCapra sobre las dicotomías del trauma, se observa cómo García Márquez aborda el trauma histórico y la explotación agrícola, contribuyendo a la mitigación del trauma (working through) al dar voz a las experiencias de la época.
La relación entre la explotación humana y agrícola revela una conexión opresiva entre los intereses económicos y políticos dominantes y la población trabajadora. La masacre de las bananeras ilustra la brutalidad con la que se reprimieron las protestas laborales y cómo el gobierno colombiano favoreció los intereses empresariales sobre los derechos humanos. Estos eventos traumáticos dejaron una marca indeleble en la memoria colectiva y contribuyeron a una mayor conciencia social crítica y resistente. La explotación humana y agrícola, por lo tanto, no solo representa una historia de opresión y resistencia no ficticia (LaCapra, 2001), sino también un recordatorio de la necesidad de remediar las injusticias estructurales arraigadas en el sistema político-económico. La narrativa de Cien años de soledad se erige como un medio para abordar las profundas injusticias arraigadas en el sistema político-económico de su tierra natal. Según Felman & Laub, la novela expone lo que ha permanecido oculto, permitiendo así una reconstrucción de la identidad del territorio caribeño sometido a explotación. Al hacerlo, la obra desafía directamente el relato dominante de la impunidad, restituyendo a las comunidades nativas la capacidad de honrar la memoria histórica. En este contexto, las palabras de Oviedo adquieren un significado aún más profundo, al destacar cómo García Márquez no solo testimonia la historia de su tierra, sino que también se libera de las restricciones del realismo convencional para hacerlo (204). De esta manera, la novela se convierte en un poderoso instrumento de resistencia y emancipación, ofreciendo una narrativa que trasciende los límites de la ficción para captar la esencia misma del trauma y la lucha por la justicia en el Caribe colombiano.
Esta obra narra la historia familiar de cinco generaciones de los Buendía, una familia fundadora de un pequeño pueblo del Caribe, que acaba desvaneciéndose tras ser vendido a una empresa estadounidense. Siendo que el propio autor era de Aracataca, territorio caribeño donde se labraron las bananeras, y que vivió en un entorno rural familiar, no sorprende que los críticos la interpretaran como una novela histórica tejida entre la fantasía y la realidad, dando nombre al realismo mágico (King 74). Williams asocia a Macondo con un estado prehistórico y pre-literario, y alinea su desarrollo con la transición de la oralidad a la literatura escrita (98-99). La propia historia es una alegoría bíblica de la raza, de Adán y Eva, ya que muestra los orígenes de una comunidad que parte de cero, que se amplía y desarrolla hasta la corrupción, dividiendo así el pueblo en dos bandos: los seguidores y los insurrectos. Igual que la Biblia, la novela comienza con una génesis y acaba con un apocalipsis (Oviedo 307). Se puede ver como la historia de Macondo, desde su fundación y desarrollo hasta su destrucción. El determinismo y la condena al desastre en el que se sumerge Macondo puede ser explicado mediante la representación de subjetividades fracturadas de Caruth (1996), reflejo del impacto del trauma en la narración de una experiencia no reconocida. Estas fracturas no solo son simbólicas, sino que se hacen visibles en la representación de espacio-tiempo y en la coexistencia del mundo de los muertos con el de los vivos.
Ángel Rama, en La ciudad letrada (1984), atribuye el fracaso del proyecto de nación en América Latina al poder administrativo conferido por los conocimientos de letras, centrando la falta de poder de las clases bajas y comunidades indígenas o la centralización del poder en la oligarquía criolla mediante el sistema de administración escrita. Este análisis sugiere que la ideología del país ha justificado eventos como la masacre de las bananeras o la explotación indígena en la Amazonia. Esta visión encuentra eco en Cien años de soledad, , donde se plasma vívidamente la lucha de un pueblo contra las fuerzas explotadoras y la injusticia estructural que perpetúa la desigualdad. La novela es una crónica de la violencia, donde la presencia de la pederastia, endogamia, machismo y asesinatos refleja un pueblo sometido que pasa casi sin darse cuenta a la modernización. La familia Buendía es exterminada al rebelarse contra las nuevas potencias industriales de Macondo.
El conflicto entre la realidad y la fantasía emerge como un elemento central en Cien años de soledad. Esta fluctuación entre distintos planos puede interpretarse como una metáfora de la idealización de la lucha obrera contrastada con la cruda realidad de una nación incapaz de liberarse de su círculo de violencia. Como señala King (2005), la novela contiene referencias a precursores literarios como Rulfo, Carpentier y Borges, que se manifiestan a través de elementos temáticos como la fluidez del tiempo o las complejas interacciones entre vivos y muertos.
Según avanza la historia, se van desplegando distintos signos sensoriales que presagian la inminencia de la muerte, como el penetrante olor a pólvora que emana del cadáver de José Arcadio o el súbito desvanecimiento de “Remedios, la bella”, así como la llegada del hijo bastardo (capítulo 7). Estos elementos sensoriales no solo son representaciones literarias, sino también símbolos potentes que encapsulan la espiral de violencia y desesperación en la que está atrapada la sociedad de Macondo. Tanto los actos de violencia, como los asesinatos y las violaciones, delinean la identidad de una comunidad arraigada en un ciclo interminable de agresión, caracterizando un periodo histórico en el que la búsqueda de la paz parecía un ideal inalcanzable. Las guerras internas y las políticas de explotación agraria generaron un sentimiento de abandono en la comunidad, reflejado en la soledad que afecta a la familia Buendía y, por extensión, a toda la comunidad. Esta sensación de determinismo refleja la naturaleza cíclica de la historia colombiana, caracterizada por conflictos repetidos y violencia persistente, que continúa con la llegada del narcotráfico.
Finalmente, la presencia de señales premonitorias de la muerte en no solo sirve como una representación literaria, sino que también muestra la interconexión del trauma a lo largo de la historia y las generaciones tiempo. Siguiendo la perspectiva de Caruth, que sugiere que el trauma y la historia están entrelazados y nos implican en los traumas de los demás, podemos entender cómo la narrativa de García Márquez refleja esta visión universal del trauma. En la novela, los signos sensoriales de la muerte afectan tanto a los personajes directamente involucrados como a toda la comunidad de Macondo, generando una respuesta común a lo largo del tiempo. Este enfoque transhistórico e intergeneracional del trauma sugiere que las experiencias traumáticas tienen un impacto colectivo que trasciende las fronteras del tiempo y del espacio. Así, la narrativa de García Márquez muestra cómo el trauma puede persistir y transmitirse a través de las generaciones, contribuyendo a una comprensión más amplia de la experiencia humana en contextos de violencia y desesperación.
Conclusión
Este trabajo explora cómo la literatura del siglo XX en América Latina, vista a través de la teoría del trauma, ofrece una ventana única para abordar el trauma colectivo de estas sociedades. La tesis central de este estudio sostiene que, al examinar obras emblemáticas de este período, como Pedro Páramo, El campo y Cien años de soledad, desde la teoría del trauma, se revela una profunda exploración de las experiencias traumáticas que han dejado una marca indeleble en estas sociedades.
Pedro Páramo destaca por su estructura narrativa innovadora, desafiando las convenciones temporales al alternar entre narraciones en primera y tercera persona, revelando la complejidad de las experiencias individuales y su interconexión en un tejido de dolor compartido. El campo, por otro lado, emplea la ambigüedad para generar terror y desasosiego, a la vez que critica la deshumanización de la sociedad. Finalmente, Cien años de soledad presenta una representación mítica y alegórica del trauma en Macondo, donde los signos premonitorios de la muerte resuenan en toda la comunidad. Estas obras reflejan el impacto de la explotación y la violencia en la sociedad latinoamericana, ampliando nuestra comprensión del trauma y su persistencia a lo largo del tiempo. Este enfoque se alinea con la propuesta de Caruth sobre la visión universal del trauma, mostrando cómo puede persistir y transmitirse a través de las generaciones.
En conclusión, estas obras literarias no solo ofrecen una mirada penetrante sobre el impacto de la violencia estructural y los conflictos sociopolíticos en la psique colectiva, sino que también invitan a reflexionar sobre el legado del pasado y a considerar cómo avanzar hacia una sociedad más justa y compasiva en el futuro. La teoría del trauma emerge como una herramienta invaluable para comprender y abordar estas heridas del pasado, mientras nos desafía a construir un futuro más esperanzador y equitativo para nuestras sociedades.
Obras Citadas
Abad de Santillán, Diego. Historia Argentina. Buenos Aires: Tipográfica Editora Argentina, 1965.
Caruth, Cathy. Unclaimed Experience. Johns Hopkins University Press, 1996.
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