Chelsea Powell
California State University, Long Beach
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) es uno de los autores más destacados y emblemáticos del periodo romántico en España. En particular, se leen y se estudian sus poemas, las Rimas, los cuales reflejan la angustia y el deseo del ‘yo’ poético e incluyen imágenes de la naturaleza, típicas del movimiento literario del romanticismo. También conocidas son sus Leyendas, cuyas tramas frecuentemente implican una intersección entre lo sobrenatural y lo natural. En sus Leyendas, especialmente en “El beso” (1863), Bécquer evoca sentimientos del nacionalismo y nostalgia por la fortaleza y la virilidad que ha perdido España y, por lo tanto, la voz narrativa. En esta leyenda, un escuadrón de soldados franceses busca refugio en una iglesia española durante la Guerra de Independencia (1808-1814). El capitán del grupo descubre una estatua de una mujer española y queda hechizado por su belleza. La leyenda culmina con el titular beso que el capitán intenta robarle a la mujer de mármol. La mujer en cuestión, esposa de un guerrero español de la reconquista, representa la tradición y la dignidad de la patria. Los dos, el guerrero y su esposa, yacen uno al lado del otro en sus tumbas, las cuales se encuentran en una iglesia toledana. Cuando el capitán francés intenta besar a la misteriosa mujer, su esposo se reanima para protegerla. El progreso de la trama de “El beso” incluye una serie de violaciones de espacios religiosos tradicionales del patrimonio español y culmina en ese gesto que se puede considerar un intento de violación. El contexto de la Guerra de Independencia en el que se desarrolla la historia es significativo, ya que se refiere a un momento histórico clave en cuanto al fortalecimiento de la identidad española. Durante la guerra, las tropas de Napoleón invadieron España y al rey, Carlos IV, y a su hijo, Fernando VII, los obligaron a abdicar el trono para que los reemplazara José Bonaparte. La Guerra de Independencia sirve entonces para reunificar el país contra un enemigo común, y la eventual victoria de los españoles sigue alimentando el orgullo patrio. Se puede decir que Bécquer se apropia de ese momento histórico para evocar el nacionalismo español de nuevo en el siglo XIX. Hay cierto paralelismo entre la tensión durante la Guerra de Independencia y la agitación política que estaba aumentando a mediados del siglo XIX, cuando Bécquer escribe su leyenda. En 1863, el clima sociopolítico de España empezó a girar hacia el capitalismo y una estructura gubernamental más liberal. Dichos cambios se debían, en parte, a la influencia de Francia. La representación de los franceses en “El beso” parece revelar el peligro de las influencias extranjeras y su capacidad de pervertir los ideales españoles. Debido a que Bécquer mantenía creencias políticas mayormente conservadoras, es posible que él viera el liberalismo de Francia a mediados del siglo XIX como igualmente amenazante que la invasión francesa medio siglo antes. Los sucesos que toman lugar en el “El beso” le sirven a Bécquer para criticar la arrogancia francesa al invadir España, además de restituir la honra de la madre patria y rechazar cualquier derecho que los franceses pretendieran ejercer sobre el país. Apropiándose de las victorias históricas españolas contra los franceses, además de la ficticia de la leyenda, Bécquer intenta demostrar la potencia y el valor de una España libre de influencia extranjera y capaz de defender su país y a sus mujeres de cualquier amenaza.
A lo largo de la leyenda, se retrata la apatía de los soldados franceses en cuanto a las tradiciones españolas. La ubicación de los eventos juega un papel esencial en el agravio, empezando con Toledo, una ciudad que posee mucha importancia histórica y literaria. Puesto que Bécquer tiene la intención de inspirar recuerdos de la grandeza española durante un tiempo polémico en el país, es lógico que colocara a sus personajes en Toledo. Por ejemplo, una de las figuras literarias y pseudo-históricas más queridas de España es Don Quijote de la Mancha, cuyas aventuras se desarrollan en Toledo. Este personaje ha sido romantizado, al igual que la época imperial y la grandeza histórica española. Don Quijote es un ejemplo de la gloria y la nostalgia del país y su identificación con Toledo, una ciudad igual de resistente y poética que él, no es accidente. Al introducir la leyenda, Bécquer sitúa la trama “a principios de este siglo [en] la histórica Toledo” (“El beso”). Por las fechas y el contexto, el lector entiende que se refiere al contexto de la Guerra de Independencia de España contra las tropas de Napoleón. La narración tiene cierta inmediatez y urgencia, ya que estos eventos tomaron lugar durante “este siglo” y muchas personas que experimentaron el terror de la guerra todavía estarían vivas para leer la leyenda. Como documenta Miguel Ángel Ladero Quesada, la invasión napoleónica fue uno de varios ataques contra Toledo a lo largo de la historia, ya que “[l]a ciudad había sido capital política y eclesiástica del reino hispanovisigodo, hasta su destrucción por los musulmanes a comienzos del siglo VIII” (71). La invasión de los musulmanes provocó siglos de guerra a nombre de la reconquista, durante la cual fue reunificada la península bajo el mando de los reyes católicos. Entonces, la ciudad de Toledo se sitúa en medio de varios conflictos, pero “conservaba un valor de símbolo en el proceso de reconquista o restauración,” ya que los españoles siempre han podido vencer a los intrusos extranjeros (Landero Quesada 71). En las diversas etapas de su subyugación, sea bajo el imperio musulmán o el napoleónico, Toledo se mantuvo digna y respetada entre los españoles.
Otra referencia importante a Toledo aparece en la segunda parte de “El beso,
cuando el narrador declara que, “para los que no sabían apreciar los tesoros del arte que encierran sus muros, la cuidad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible” (Bécquer, “El beso”). En esta descripción claramente se critica a los franceses que no respetan la rica historia de España y, a lo largo de la leyenda, se emborracharán y destruirán el espacio sagrado con vandalismo. Estos soldados le faltan el respeto a todo lo que representa la identidad española, empezando por lo conceptual y abstracto de las creencias católicas hasta llegar a lo más concreto de sus mujeres. Desde la arquitectura hasta el sujeto femenino, representado con la estatua de mármol, todo es arte y belleza. El espacio de la iglesia es, de una parte, una obra de arquitectura gótica, y de otra, el corazón de la identidad nacional. La conexión entre la invasión y la religión es patente, ya que “Spain’s history and religious fervor are indissolubly linked” (Lovett 291). La destrucción de las puertas y los monumentos del espacio eclesiástico parece pesar en la conciencia española igual, o hasta más, que el derrocamiento de la monarquía, el cual ocurrió cuando Napoleón le dio el mando a su hermano, José Bonaparte, en el contexto de la Guerra de Independencia. Cuando los franceses invaden la ciudad no son ni clandestinos ni discretos, sino “altos, arrogantes y fornidos,” poseedores de una seguridad que se despliega en especial mientras se acercan a la iglesia (Bécquer, “El beso”). Estos soldados no dudan de su superioridad física e intelectual ni de su capacidad de mantener sometidos a los españoles. En su análisis sobre otra leyenda de Bécquer, “Los ojos verdes,” Nicolás Asensio Jiménez y Julieta Casariego explican que el término griego hybris se refiere a un perfil de hombre que “cree […] estar por encima, incluso de los dioses” (30). Aunque en referencia a esa otra leyenda de Bécquer, esta propuesta y el término se pueden aplicar también a los miembros del ejército francés en “El beso,” ya que no temen las consecuencias de sus acciones y se dejan guiar por su soberbia y endiosamiento. Es fascinante que la definición que proveen Jiménez y Casariego incluya una referencia a los dioses, representando una figura todopoderosa, porque en “El beso,” los soldados franceses no respetan la casa de Dios, es decir, la iglesia. Su comportamiento a lo largo de la leyenda demuestra que creen ser dueños de todo con lo que se topan. Viendo el hybris reflejado en los soldados de Napoleón, el lector empieza a esperar su falla trágica inevitable.
A la entrada de los soldados franceses a la iglesia, el narrador describe la destrucción y la violencia que esta ha sufrido a manos de varias olas de invasores, ya que este escuadrón no es el primero en habitarla. Él explica que:
la iglesia del convento estaba completamente desmantelada, los soldados que
ocupaban el resto del edificio habían creído que las puertas le eran ya poco menos
que inútiles, y un tablero hoy, otro mañana, habían ido arrancándolas pedazo a
pedazo para hacer hogueras con que calentarse por las noches. (Bécquer, “El beso”)
Se entiende que hay múltiples escuadrones del ejército francés que han ocupado la iglesia, cada uno en una zona distinta. Sin embargo, todos han subvalorado el espacio eclesiástico y lo han violentado al entrar en él. Es pertinente mencionar que Bécquer, al prepararse para la escritura de su libro Historia de los templos de España (1993), investigó de primera mano varios templos por todo el país. Para una sección del libro, se centró en los templos y las iglesias de Toledo, en los cuales fueron evidentes, “French depredations […] in the form of damages and pillaged churches, monasteries, and convents” que quedaron después de la Guerra de Independencia (Lovett 290). Aunque las investigaciones de Bécquer se llevaron a cabo décadas después, todavía había evidencia de la invasión francesa. En su libro, señala que “[e]n 1816 y 1826, también se hubo de reparar [la ciudad de Toledo] y no poco a causa de los estragos que en ella hicieron las tropas francesas que ocuparon nuestra nación a principios de este siglo” (Bécquer, Historia 80). Con esta observación, Bécquer establece su autoridad como cuasi-cronista, ya que había visto la decadencia de Toledo con sus propios ojos. Además, reafirma su postura nacionalista y su insistencia en echarle la culpa a los franceses por la decadencia de su nación y, a la vez, invita la participación de sus compatriotas en la lucha por preservarla y defenderla. De nuevo, la utilización de la frase “este siglo” pretende que los lectores tomen la afrenta como algo muy reciente y personal. Bécquer parece sugerir que son solo los franceses quienes tienen la culpa de los templos en ruinas y que los españoles deben de proteger el país contra cualquier tipo de nueva influencia francesa. Luego, al describir el estado del convento de San Juan de los Reyes, dice que “los años y la devastación al pasar sobre sus muros, le han grabado el sello de la ruina y de grandeza que lo caracteriza” (Bécquer, Historia 101). Quizás no haya una mejor yuxtaposición de adjetivos para retratar la trayectoria de España que “ruina” y “grandeza.” Sin embargo, Bécquer no parece condenar a los propios españoles por el deterioro, sino a los varios grupos que han invadido el país. La desolación que presenció debe haber nutrido la descripción que hace de la iglesia en “El beso,” aunque fuera probablemente exagerada para aumentar el efecto dramático que debía provocar la injuria de la invasión.
Al analizar la condición del espacio de la iglesia, es posible comparar su violación con la que se ejerce en el cuerpo de una mujer. La primera manifestación de este paralelismo reside en el hecho de que la destrucción ha tomado lugar adentro del edificio. Al dividir el espacio de la iglesia en términos de lo interior y lo exterior, es evidente que lo más ofensivo se lleva a cabo dentro. Lo mismo ocurre durante una violación sexual que implica la eliminación de los obstáculos del exterior (las puertas de la iglesia/ la ropa de una mujer) para penetrarla (la zona interior de la iglesia/ la vagina de la mujer). Luego la voz narrativa menciona que arrancaron los tableros de las puertas. El verbo “arrancar” es bastante violento y evoca imágenes del rasgamiento de la ropa o el pelo de una mujer durante un ataque. Por último, el narrador describe que los soldados usaron los tableros para calentarse por la noche. La hoguera que hacen y el calor que esta produce se pueden comparar con el contacto físico o sexual entre dos cuerpos. Este fuego es un símbolo definitivo de la destrucción y el deseo masculino que volverá a aparecer al final de la leyenda. Es importante recordar que este escuadrón no es el único que ha entrado de forma violenta a la iglesia. Debido a los muchos soldados franceses que ya habían forzado sus puertas, el edificio se encuentra en un estado vulnerable cuando llegan los soldados de esta leyenda con su capitán, quien “no tuvo […] que torcer llaves ni descorrer cerrojos para penetrar en el interior del templo” (Bécquer, “El beso”). Entonces, esta debilidad es una que se había estado acumulando con las varias agresiones francesas cometidas durante la Guerra de Independencia. Es claro que la violencia contra los espacios y las personas enemigas durante una guerra es sistemática, pero, muchas veces, se extiende a la violación contra las mujeres también. La violación sexual de las mujeres del país enemigo es una manifestación típica de violencia en un contexto de guerra. Como explica Jonathan Gottschall, la violación en los tiempos de guerra, “is credited with spreading debilitating terror, [and] diminished resistance of the civilians” (131). Tanto las mujeres como la iglesia son los pilares de la pureza y la moral de España. Cuando ambas son agotadas de tanto ser violentadas y violadas, el imperio se encuentra significativamente más débil e indefenso. El planteamiento de Gottschall intenta explicar el fenómeno de las violaciones en masa durante los genocidios en Yugoslavia y Ruanda a finales del siglo XX, pero se puede utilizar para contextualizar y analizar el aumento de las cifras de violaciones durante las guerras en general. Argumenta Gottschall que los factores sociales y psicológicos que surgen durante una guerra provocan las violaciones en masa. Su teoría del “Pressure Cooker” intenta explicar la transferencia de la violencia bélica a la violencia sexual durante una guerra. La idea del “Pressure Cooker” ha sido usada en varias disciplinas para explicar el cambio psicológico que uno experimenta en una situación extrema. En cuanto al acto de violación en tiempos de guerra, la teoría del “Pressure Cooker” plantea que, “men possess instincts for sexual aggression that are restrained under normal conditions but that, in the chaotic wartime milieu, spew forth like the vented gas of a pressure cooker” (Gottschall 133). Al igual que una olla tapada que no deja escapar el vapor al cocinar, los instintos del hombre se intensifican hasta reventar en violencia. Usando esta metáfora, es comprensible la violencia con la que, no solo los soldados franceses penetran el interior de la iglesia, sino que también el capitán intenta besar a la estatua-mujer. Cuando la ve inicialmente, el capitán les comunica a sus compañeros que encontró a una “bella patrona en tan incómodo alojamiento,” pero la reverencia que demuestra ante ella pronto se convierte en deseo e impertinencia (Bécquer, “El beso”). El espacio de la iglesia ha sufrido una violación simbólica, ya que los soldados franceses la penetraron sin su consentimiento. Figurativamente, se entiende que esta falta de respeto, hacia el convento y la mujer, representa un microcosmos del agravio de la invasión del país. En la leyenda, la iglesia está perdiendo fuerza, al igual que el país, ante la presión de las tropas napoleónicas. El doble sentido del templo como recinto sagrado y cuerpo violado es evidente en este paralelismo entre el espacio y el sujeto femenino.
Fiel al estilo romántico que utiliza las imágenes de la naturaleza para reflejar los sentimientos y las preocupaciones de los personajes, Bécquer demuestra la resistencia española por medio del entorno de la iglesia. Procurando defenderse, la campana busca molestar a los soldados hasta sacarlos del edificio. El capitán se queja del ruido que hacía “esa endiablada campana gorda […] que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar a disgustos a los necesitados de reposo” (Bécquer, “El beso”). En este sentido, la campana es una guerrera más que intenta matar, aunque sea de disgustos, a los franceses que se han atrevido a profanar las entrañas de la iglesia. Adicionalmente, se puede comparar el ruido de la campanada a los gritos de una mujer durante una violación. La campana resiste y protesta al igual que una mujer lo haría ante el ataque de un soldado francés. No se rinde y no se da por vencida. Estas descripciones ominosas introducen el momento climático de la leyenda cuando todos los soldados bajan a ver a la estatua de la mujer bella con la cual el capitán se ha obsesionado. El mal tiempo afuera parece condenar la insolencia del escuadrón que se atreve a pasar por las tumbas y tomar alcohol junto a ellas. La noche era “sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo,” reflejando así la patria española harta del maltrato y prefigurando el final funesto del capitán impertinente (Bécquer, “El beso”). La voz narrativa presenta la noche como un personaje más que amenaza a los soldados en vez de mantenerse al margen de la acción. Ni la noche ni las nubes son pasivas ante el ataque. Es notable que las nubes son de color de plomo por su asociación con las balas, lo que implica que incluso la misma naturaleza está de guerra para defender la patria de los intrusos. Es como si les diera una advertencia a los franceses, una última oportunidad de retirarse antes de que el guerrero español los sacara de una vez.
De todos los franceses en la leyenda, el capitán parece ser el más atrevido y el que más merece el castigo casi divino que recibe al final. Es él quien primero descubre a la mujer y se obsesiona con ella. Luego tiene la idea de bajar a la capilla para presentársela a sus compañeros, tomar alcohol y celebrar junto a su tumba. A lo largo de la leyenda, el capitán se deja llevar por sus instintos e intenta adueñarse de todo, especialmente de las mujeres españolas. La barbarie de los franceses es evidente en cuanto a la profanación de lo sagrado, en términos religiosos. El capitán habla sobre las “vírgenes pintadas” en la capilla y cómo le recuerdan a “las mujeres que [él] soñaba cuando casi era un niño. ¡Castas y celestes!” (Bécquer, “El beso”). El capitán sexualiza a las santas con su mirada masculina y las reduce a objetos que solo sirven para cumplir sus deseos y fantasías. Esencialmente, es una metáfora para la ocupación francesa, ya que los franceses anhelan un territorio que no les pertenece y que obviamente no respetan, lo que es evidente en la forma en que maltratan sus edificios y sus mujeres. En ambas instancias se materializa el poder masculino a través de la invasión y la posesión. Cuando los franceses ven la estatua de la mujer que es más bonita que “una criatura terrenal,” parecen perder la razón (Bécquer, “El beso”). Es irónico que se enloquezcan ante la apariencia de esa mujer y se comporten de forma bestial, pues los franceses se consideran superiores a los españoles. Este descontrol es exacerbado por el vino y champán franceses que están tomando. Los soldados se emborrachan literalmente, pero también figurativamente con la belleza de la estatua-mujer y su propio egoísmo mientras celebran su nacionalismo. Cuando por fin los demás soldados ‘conocen’ a la dama, están asombrados por su belleza y uno dice, “¡Lástima que sea de mármol!” (Bécquer, “El beso”). Casi al final de la leyenda, repiten este deseo, declarando nuevamente, “quisiéramos que fuese de carne y hueso,” porque quieren tocarla y abusar de ella (Bécquer, “El beso”). En vez de apreciar la escultura por la obra de arte que es, los hombres quieren adueñarse de ella sexualmente y lamentan la imposibilidad de poder conquistarla como mujer. En este punto es importante recordar que Bécquer empieza su leyenda criticando a los que no saben reconocer el arte de Toledo. Con este intento de abuso, el capitán francés demuestra que es incapaz de valorar a esta mujer, y, por lo tanto, España misma. Como explica Haley O’Neil, en muchas de las obras de Bécquer, especialmente sus Rimas, la figura de la mujer es esencial “for creating and maintaining masculine ideologies” (99). Esto es pertinente porque la estatua es usada como objeto y símbolo de lo que los soldados franceses quieren quitar de España y del soldado español. Ella, como estatua, no puede animarse para defenderse a sí misma, sino que depende de la estatua de su esposo para salvarla. La mujer, en este caso, no tiene más agencia que las puertas de la iglesia. Como varias otras figuras femeninas en la escritura de Bécquer, la estatua-mujer en “El beso,” “is depicted as a body whose parts do not have the capability of reacting to emotion. The woman has been reduced to a shell, an exterior, whose function lies solely in creating pleasure for men” (O’Neil 105-106). El capitán francés quiere tomar posesión de ella, y su esposo, el guerrero español, quiere defender su propiedad. Aunque el capitán actúa por deseo y el español por amor, los dos están motivados por la necesidad de establecer o proteger su imagen de masculinidad referente a la mujer. Es esencial que la mujer sea incapaz de defenderse a sí misma porque ella representa la madre patria, o el país, que tampoco se podrá defender sin el apoyo y la acción decisiva del ejército español. El cuerpo de la estatua-mujer representa el cuerpo metafórico de la nación, por lo tanto, su única función es estar amenazada por la invasión francesa para que el soldado español la pueda rescatar. Al igual que España se veía en riesgo de perder su libertad a los franceses en 1808 durante la Guerra de Independencia, la influencia socioeconómica francesa a mediados del siglo XIX representaba un alejamiento de los valores conservadores que Bécquer apoyaba en España. Si es verdad que Bécquer escribe la leyenda para despertar en los españoles consciencia de este nuevo peligro, es preciso que se entienda la necesidad de luchar para proteger lo que es más sagrado de la nación, en vez de lamentar su pérdida sin actuar.
La afrenta contra la nación española es duplicada porque la figura femenina que tanto codician es la mujer de un soldado de la reconquista que fue compañero del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515). Tal Capitán y sus tropas lucharon contra los moros en España y, en particular, lideraron la victoria española en Granada para terminar la reunificación del imperio. Esa victoria lo inmortaliza como héroe español que refleja el poder de la nación. Hasta entonces, los franceses ya habían profanado la iglesia y el convento, pero van demasiado lejos al faltarle el respeto a la mujer del soldado, Doña Elvira de Castañeda. El hecho de que ella le pertenezca a un guerrero español solo les tienta más, ya que la violación de las mujeres del país enemigo durante la guerra, “emasculat[es] enemy soldiers who are thereby shown to have failed in their most elemental protective duties” (Gottschall 131). Los franceses están conscientes de la violación del espacio que han cometido y se burlan de los españoles, especialmente del Gran Capitán y sus compañeros de guerra. Delante de la estatua del guerrero, un francés dice, “¡Brindo por el emperador, y brindo por la fortuna de sus armas, merced a las cuales hemos podido venir hasta el fondo de Castilla a cortejarle su mujer en su misma tumba a un vencedor de Ceriñola!” (Bécquer, “El beso”). El soldado alaba a Napoleón Bonaparte, y se ríe en la cara del guerrero que tiene que permanecer inmóvil mientras los franceses invaden la iglesia y su tumba, para luego codiciar hasta a su mujer. Es relevante notar también que en la Batalla de Ceriñola los franceses se enfrentaron a los españoles y estos últimos salieron victoriosos. Ciertamente, Bécquer incluye el nombre de esta batalla “para que el personaje aparezca como un remoto rival de los franceses” (Estruch Tobella 9). Entonces, el acercamiento a la esposa del guerrero español representa cierta venganza para Francia. La estatua-mujer solo sirve para reforzar la masculinidad de los rivales. Para el capitán francés, es una oportunidad para deshonrar a la mujer ante los ojos de su esposo, que queda impotente a su lado. Cuando el esposo español sí la defiende, es para reforzar su propio poder y superioridad bélica.
Debido a su orgullo y su pretensión, amplificados por el consumo del alcohol, el capitán experimenta una alteración de los sentidos y parece incapaz de controlar sus impulsos sexuales. Así, entra en una especie de frenesí, utilizando una variedad de metáforas referentes al fuego para describir sus deseos. Una de estas aparece cuando él describe que se siente el “fuego que corre por las venas hirviente como la lava de un volcán” (Bécquer, “El beso”). De nuevo, se puede comparar esta explosión de la lava con la imagen del “Pressure Cooker” y la necesidad del capitán “to exert dominance over a woman” (Gottschall 130). Este impulso violento, al igual que las fogatas y el fuego de las primeras partes de la leyenda que servían para destruir y profanar la iglesia, ahora está cargado con el deseo sexual que le provoca Elvira. Primero penetraron la iglesia y ahora el capitán intenta besar a la mujer del guerrero, héroe y defensor de España. Según él, solo un beso de esta “mujer blanca, hermosa y fría,” una mujer hecha de mármol y, entonces, inmóvil e indefensa, puede “calmar el ardor que [l]e consume” (Bécquer, “El beso”). Cuando intenta besarla, el guerrero español ya no permite la arrogancia francesa y golpea al capitán con toda la fuerza del país. De nuevo, Bécquer no permite que Elvira se defienda a sí misma, y la obliga a dejarse salvar por su esposo, quien emula la masculinidad y virilidad de España por medio de la violencia. Queda claro que, según Bécquer, España no se dejará insultar ni aceptará la insolencia de nadie. El acto impulsivo y patriarcal del guerrero español está justificado, ya que fue hecho en defensa de su patria y su mujer. En este sentido, los franceses son los que parecen brutos e incapaces de controlarse, mientras los españoles se comportan de forma meditada, aunque todavía violenta. El capitán francés cae “arrojando sangre por ojos, boca y nariz” (Bécquer, “El beso”). De la misma manera en que los franceses arrojaron los tableros de las puertas de la iglesia, el capitán ahora arroja sangre. En su libro histórico, Bécquer describe el claustro como un “santuario de las tradiciones y del arte, un copioso manantial de recuerdos, de enseñanza y de poesía” (Bécquer, Historia 102). Está claro que, para Bécquer, este sitio religioso representa la identidad española. Cuando el guerrero español golpea al capitán francés tiene la intención de defender todos los recuerdos históricos y personales, el arte y la poesía, y todas las tradiciones reflejadas en España. La leyenda termina con una moraleja indirecta que recomienda el rechazo total de cualquier intervención o influencia francesa en España y, a la vez, empodera a los españoles a mantenerse firmes y seguir protegiendo a las tradiciones del país.
“El beso” resulta ser un texto patriótico que denuncia la ocupación francesa en España durante la Guerra de Independencia y alaba a los españoles que defienden su patria y a sus mujeres hasta la muerte, e incluso después de ella. A lo largo de la leyenda, la falta de respeto que demuestran los soldados franceses hacia España empieza con el espacio histórico de la ciudad de Toledo y se extiende para profanar los espacios religiosos de la iglesia. Con cada violación de espacio, la ciudad se resiste, pero los franceses siguen penetrando más hasta encontrarse con el guerrero de la reconquista, defensor de la patria que no permite la violación de su mujer, representante de la madre patria. Con una sola bofetada, él les recuerda a sus enemigos la potencia imperial de España y deja claro que no se permitirá ninguna ofensa más. Contextualizando la leyenda en el momento en el que fue escrita, a mediados del siglo XIX, es posible concluir que Bécquer tenía la intención de promover el catolicismo y la monarquía para rechazar los nuevos cambios e influencias liberales que poco a poco entraban al país. Parece que, para este escritor romántico, la fuerza de España siempre se mantendría en la tradición, lo que está demostrado por la acción definitiva tomada por el guerrero español en defensa de la patria.
Obras Citadas
Asensio Jiménez, Nicolás y Julieta Casariego. “Bécquer y lo sobrenatural: A propósito de la leyenda de ‘Los ojos verdes.’” Revista de Folklore, no. 448, junio 2019, pp. 27-33.
Bécquer, Gustavo Adolfo. “El beso.” Biblioteca virtual universal, 2003.
Historia de los Templos de España: Toledo, editado por Fernando Iglesias Figueroa, Tip. y Enc. De Senén Martín, 1993.
Estruch Tobella, Joan. “Fuentes y originalidad en ‘El beso’ de G. A. Bécquer.” Revista Hispánica Moderna, año 47, no. 1, 1994, pp. 5-14.
Gottschall, Jonathan. “Explaining Wartime Rape.” The Journal of Sex Research, vol. 41, no. 2, 2004, pp. 129-136.
Ladero Quesada, Miguel Ángel. “Toledo en época de la frontera.” Anales de la Universidad de Alicante: Historia Medieval, no. 3, 1984, pp. 71-98.
Lovett, Gabbriel H. “Patriotism and Other Themes in Becquer’s ‘El beso.’” Modern Language Quarterly, vol. 29, no. 3, 1968, pp. 289-296.
O’Neil, Haley. “The Dehumanization of the Feminine Figure in Bécquer’s Rimas.” Mester, vol. 35, no. 1, 2006, pp. 98-110.