Mónica Rozo
Florida State University
En La arqueología del saber, Foucault plantea que, “No hay que devolver el discurso a la lejana presencia del origen; hay que tratarlo en el juego de su instancia” (37). En el sentido de que es importante determinar que, aunque muchas veces nos encontramos con enunciados que en apariencia se asimilan y pueden ser ubicados o conceptualizados dentro de un discurso moderno, esto debe ser evitado a toda costa. Muy por el contrario, se debe buscar cuáles fueron los argumentos epistemológicos que permitieron que estos enunciados fueran propuestos en su determinado momento histórico. Siguiendo esta perspectiva y si se toma en cuenta la relación que existe entre la literatura de un país en correspondencia con los eventos históricos, sociales y políticos de la nación, y los discursos que alrededor de estos eventos se gestan para promoverlos o rechazarlos, como señala John Brushwood: “The novel is particularly capable of expressing the reality of a nation, because of its ability to encompass both visible reality and the elements of reality that are not seen” (9). Denotando que, el abordar o no ciertos temas y la forma en que se abordan o no están ligados a los discursos oficiales y contradiscursos que se estén desarrollando en determinado momento dentro de la nación.
En este trabajo analizaré algunos pasajes de tres novelas colombianas: María (1867) de Jorge Isaacs, De sobremesa (1896) de José Asunción Silva y La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera. Es pertinente tomar en cuenta cuál es el papel que las narrativas de estas obras abordan y de qué forma se configuran las historias en la interacción que se da entre la clase dominante blanca con los afrodescendientes y los indígenas, teniendo en cuenta la intrincada situación política y social que se ha vivido y se vive en Colombia debido al pasado colonial. Con esto, el objetivo es destacar que los tres textos se enmarañan en la red discursiva de la clase dirigente blanca que ha imperado en la construcción política e identitaria de Colombia desde que este territorio se liberó del dominio colonizador español. En María, se destacan calificativos sobre lo que se considera bello y se presenta a un esclavo blanqueado que se ajusta al estilo de vida de la cristiandad traída e implantada en los territorios de la actual Colombia por los españoles. En De sobremesa, se encasilla y se le da al indígena un espacio específico y una función servil dentro de la nación. Al mismo tiempo, se propone el blanqueamiento por medio de una inmigración europea dentro de los territorios ocupados mayormente por las personas indígenas. Finalmente, en La vorágine, aunque sin restar el valor de denuncia del texto, se expone la intervención del hombre blanco en un territorio que necesita civilizarse. Del mismo modo, el sujeto indígena sigue siendo calificado como un ser salvaje. De esa manera, se puede decir que en las novelas se refleja una identidad que hace parte del discurso nacional en el que el mestizaje, en realidad, converge con el blanqueamiento.
Debido a la forma en que los españoles organizaron las estructuras sociales en sus colonias latinoamericanas, muchos de los prejuicios inherentes a este proceso de organización tuvieron y siguen teniendo un gran impacto negativo en el imaginario de los que pasaron a ser ciudadanos de las nuevas naciones latinoamericanas. Se ve esto en el caso de Colombia. Específicamente, el concepto de superioridad racial y cultural con el que los europeos se posicionaron a sí mismos en la escala más alta de la sociedad frente a los habitantes originarios del continente americano y frente a los esclavos africanos.
En su ensayo “Nuestra América” (1891), José Martí sentenciaba que en las naciones americanas “La colonia continuó viviendo en la república” (9). Para resaltar el hecho de que, aunque en su mayoría —a excepción de Cuba y Puerto Rico— ya eran estados independientes del dominio colonizador español, entre otras cosas, en la construcción de una identidad nacional y en la estructuración social se siguió posicionando a unos individuos por encima de otros de acuerdo con su procedencia cultural y étnica. Martí señalaba que, en estas naciones tan diversas en los aspectos culturales, geográficos y étnicos, los indígenas y los afrodescendientes siguieron siendo mantenidos al margen al considerárseles individuos de menor categoría, subalternos de la clase dirigente blanca o el atraso para las naciones —como señalaría en su momento el escritor y político argentino, Domingo Faustino Sarmiento en el ensayo “Facundo: Civilización y barbarie” (1845). José Martí, quien apropiándose del discurso racial se referiría a los países latinoamericanos como “nuestra América mestiza” dictaría como una sentencia futura que en estos países “No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre” (8). Con esto, lo que señalaba el autor cubano era que la racialización de los cuerpos es una invención europea para dominar a quienes han transformado en un subalterno con esta clasificación racial de los individuos. Por lo tanto, cuando Martí evoca a una América mestiza, lo hace partiendo de los efectos negativos de este discurso racial y el resultado nefasto que ha tenido en la organización social de estas naciones. Por esta razón, promulgaba por un tipo de gobierno que estuviera en consonancia con la diversidad cultural y étnica y que debía integrar en la nación a los considerados indígenas y a los afrodescendientes a los cuales se les había mantenido en la periferia.
Estas estructuras sociales, que como se mencionó anteriormente, provienen de la época colonial, hacen parte de un discurso que, como señaló Martí, persistió y que aún se sigue perpetuando en nuestras sociedades contemporáneas. Así, debido a que la mayoría de los países latinoamericanos cuentan con sociedades, geografías y culturas diversas, si apuntamos hacia las bases del discurso sobre la identidad cultural y nacional, hay que tomar en cuenta nuestro pasado histórico y denotar que el concepto del mestizaje sale a flote para otorgar a los ahora ciudadanos los indicios de una identidad cultural y nacional que se remonta a los inicios de la conformación de las diferentes repúblicas. Ya en su “Carta de Jamaica” (1815), Simón Bolívar apuntaba hacia este concepto para definir la búsqueda de las identidades de las nuevas naciones americanas —de las que hacía parte Colombia— y las de los territorios que aún buscaban independizarse del colonialismo español. Bolívar decía que: “Nosotros somos un pequeño género humano. . . Nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo; no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles” (7). Desde entonces, el discurso del mestizaje ha sido esbozado como la base de una identidad nacional que tanto las élites como algunos intelectuales han implementado en el proceso de construir el imaginario político, social y cultural de la nación. (Wade 3). Pero que, como señala Cornejo-Polar al referirse al mestizaje, “no pueda olvidarse que a lo largo de nuestra historia no dejó de suscitar cuestionamientos distintos pero casi siempre radicales y hasta apocalípticos” (2). Para destacar el hecho de que, aunque inicialmente el mestizaje puede concebirse como un discurso conciliador y que ha sido utilizado —en muchas ocasiones— como piedra angular de una identidad latinoamericana y colombiana debido a que, como argumenta Wade, “se atribuye a estos procesos de mestizaje, hibridación y formación de diáspora algo positivo, debido a que las mezclas supuestamente rompen con esquemas esencialistas de la identidad y, por tanto, abren la posibilidad de desestabilizar las relaciones jerárquicas del poder que sostienen y dependen de tales esquemas” (4). Así mismo ha sido duramente reprochado, ya que se ha propuesto que este ha sido utilizado para homogeneizar a unas sociedades que son muy diversas culturalmente. Por ejemplo, en un artículo en el que se aborda el reconocimiento a grupos indígenas y a los afrodescendientes dentro de la Constitución colombiana de 1886 —que no sería renovada hasta 1991, Guzmán sostiene que: “La Constitución de 1886 partía de una concepción monocultural donde existía un solo pueblo, un solo Dios, una sola lengua, una sola familia … lo cual chocaba con la realidad sociológica de la existencia de diferentes comunidades dentro del territorio nacional” (1). Esto evidencia lo que los críticos del mestizaje han catalogado como un discurso homogeneizador. Se observa que esta Constitución no tomaba en cuenta lo intrincada que resulta la realidad social y que dejaba en la periferia a grupos humanos que, debido a sus prácticas culturales y a su pasado histórico, no se ajustaban a las propuestas del Estado. En este discurso, lo indígena y lo negro era concebido como una “situación” del pasado histórico que no iba en consonancia con la idea de una identidad nacional moderna donde se promulgaba una cultura única que se inclinaba hacia lo europeo.
La obra María narra, desde la perspectiva de Efraín, la fatídica historia de amor entre este y su prima María. En esta obra, considerada cumbre de la literatura romántica colombiana y latinoamericana, más allá de la historia de amor, se pueden observar las prácticas sociales de la época en que se desarrolla la historia. Es notable que la narración transcurre en un contexto en el que la esclavitud aún estaba presente en la para entonces Nueva Granada. Se observa que el patriarca de la familia posee ingenios de azúcar y mano de obra esclava. En el texto, se relata en varios apartados la relación de la familia acaudalada con sus esclavos. Aunque en la obra pareciera que se humaniza al sujeto afrodescendiente, esto no deja de hacerse desde una perspectiva eurocentrista que se considera arquetipo de la belleza, de las prácticas culturales y religiosas. Desde esta perspectiva, se le otorga al individuo blanco el título de tutor de un sujeto que necesita ser guiado para alcanzar la civilización.
En la narración se hace una distinción racial entre Efraín y su familia en relación con los esclavos y los mestizos. Con esta distinción se le otorga una supremacía racial y cultural a la clase dominante blanca —de la cual forman parte los personajes de esta familia. Por ejemplo, cuando se describe al hijo de Feliciana —el ama de llaves de la familia y quien es una princesa africana que fue esclavizada y traída a América— la voz narrativa dice que: “Tenía yo un cariño especial al negrito: él contaba a la sazón doce años; era simpático y casi pudiera decirse que bello” (109). Esta descripción revela dos cosas: al usar un diminutivo para referirse a la etnia del niño, se manifiesta —como sucede en el idioma español— una tonalidad de cariño, pero tomando en cuenta la problemática racial, el diminutivo adquiere en la voz de quien lo emite una posición de superioridad. Igualmente, el empleo del verbo poder en la forma del condicional: “pudiera,” muestra una situación hipotética que en el contexto de la narrativa resulta contradictoria; teniendo en cuenta la etnia del niño y la perspectiva del hombre blanco, “pudiera” adquiere una connotación que puede ser relacionada con “a pesar de que es negro,” se puede decir que existe la posibilidad de que sea bello.
En el texto también se destacan los horrores de la esclavitud. En cuatro capítulos se narra la triste historia de amor de Nay y Sinar, en la cual se evidencian los estereotipos de los esclavos y el blanqueamiento que Gomariz considera que, “no solo se refiere al color de la piel, sino a los valores, a las prácticas culturales, al sistema económico, a las costumbres sociales europeas de la época identificadas en el pensamiento hegemónico con la modernización y el progreso” (6). En la narrativa de la historia de Nay, quien posteriormente cambiará su nombre al de Feliciana, se puede evidenciar un intento de crear una armonía que va en consonancia con el discurso del esclavo dócil. La mujer era una princesa en su nación africana, pero fue esclavizada y separada del amor de su vida, Sinar. Aun cuando estaban en su país, aparece la figura del hombre blanco que con su cultura y religión ayuda a civilizar y a blanquear a los personajes otorgándoles unas características que son más aceptables dentro de la cultura que se considera superior. Con respecto a la religión, por ejemplo, en el texto se crea una dicotomía entre la civilización y la barbarie al destacar que el padre de Nay, Magmahú, después de autoexiliarse debido a que ya no contaba con la aprobación de su monarca y quien después de varias batallas perdidas contra los ingleses decidió llegar a acuerdos con estos —algo que Magmahú consideraba una humillación— se relata que: “Antes de partir determinó arrojar a la corriente del Tando la sangre y las cabezas de sus más hermosos esclavos, como ofrenda a su Dios” (245). Esto es de suma importancia en la posterior aceptación de Nay y Sinar del dios cristiano. Cuando Sinar le dice a la joven que, “Eso me lo ha dicho el extranjero para que yo te lo enseñe: su Dios debe ser nuestro Dios” (257). Si se toma en cuenta que uno de los elementos más importantes dentro del discurso europeo al considerar a los indígenas y a los afrodescendientes como seres bárbaros que necesitaban la tutoría de una cultura más “civilizada,” eran los sacrificios humanos que estos realizaban debido a sus religiones, algo que los cristianos creían obra del demonio, la cristianización de Nay y Sinar toma mucha relevancia, ya que la religión funciona como una herramienta para la civilización.
En De sobremesa, de José Asunción Silva, José Fernández, el personaje principal, es un rico heredero que lee el diario en el que plasmó sus vivencias en Europa a un grupo de amigos que lo alientan a que continúe en el ámbito de la escritura. Aunque sin duda alguna, De Sobremesa se ajusta a la reflexión que un artista modernista hace de los diferentes aspectos de su época, un punto importante de la obra y que se ciñe a un discurso racial es la forma como el protagonista se plantea hipotéticamente la manera de modernizar su nación —Colombia— y el lugar que da a los indígenas en su plan. Fernández considera que su país es una nación totalmente atrasada y sostiene que:
Llegará el día en que el actual déficit de los balances sea un superávit que se transforme
en carreteras, en ferrocarriles indispensables para el desarrollo de la industria, en puentes
que crucen los ríos torrentosos, en todos los medios de comunicación de que carecemos
hoy, y cuya falta sujeta a la patria, como una cadena de hierro y la condena a inacción
lamentable. (50)
Se debe tomar en cuenta que esta descripción se fundamenta en las carencias. El personaje plantea todos los elementos que en su época hacían de ciudades como Nueva York y París —algunos de los escenarios de la novela— ciudades emblemáticas de la modernidad con todos sus desarrollos industriales, estructurales y económicos, pero que en Colombia aún no se vislumbraban. Estos eran todos los elementos de los cuales su país carecía. Por esta razón, el protagonista desarrolla todo un plan económico, estructural y social que permitirá que se alcance un “avance” en todos estos aspectos. En estos planteamientos se hace eco a la situación social que Williams sostiene que se ha desarrollado en Colombia desde que este es considerado un territorio independiente del dominio colonizador español y que se ha perpetuado en el tiempo. Williams advierte que, en Colombia, “The transition from colony to independent state did not signify a change in class structure or the relationship between class and power” (5). Con lo que indica que en el país se siguió considerando a unos individuos muy por encima de otros de acuerdo con su poder adquisitivo y con su procedencia cultural y étnica. Es decir, aunque ya independiente, en Colombia se siguió marginalizando a los ahora ciudadanos; de hecho, se les siguió ubicando geográficamente en ciertos espacios del territorio. Esto concuerda con la narrativa de De sobremesa, en la que el personaje José Fernández plantea lo siguiente sobre la modernización de su país:
La inmigración atraída por el precio mínimo a que se harán las adjudicaciones de baldíos
en los territorios hoy desiertos, afluirá como un río de hombres, como un Amazonas
cuyas ondas fueran cabezas humanas y mezcladas con las razas indígenas, con los
antiguos dueños del suelo que hoy vegetan sumidos en oscuridad miserable, con las tribus
salvajes, cuya fiereza y gallardía nativas serán potente elemento de vitalidad, poblará
hasta los últimos rincones desiertos, labrará el campo, explotará las minas, traerá
industrias nuevas, todas las industrias humanas. (51)
Del mismo modo, las ideas planteadas por el personaje coinciden con las políticas sociales que se daban en la época en la que se desarrolla esta narrativa. En un estudio titulado “Diversidad étnica y la reconstrucción de identidades: El Grupo Mokaná en el Departamento del Atlántico,” Claudia Borda asevera que, en Colombia, “El siglo XIX y parte del siglo XX fueron el escenario de procesos de aislamiento indígena tendientes a ‘redimir’ la raza inferior y confiar a la migración europea y a un prudente mestizaje la limpieza de la mancha indígena” (2). Hay que tener en cuenta que en este contexto el mestizaje equivale al blanqueamiento. Se considera que los indígenas no siguen el estilo de vida que se plantea como “civilizado,” por tal razón se les clasifica como salvajes que deben ser corregidos. Entonces, la posibilidad de un mestizaje entre los indígenas y la gente proveniente de Europa será de ayuda en la población y mejoramiento de estos lugares, porque lo que se promulga es que el indígena asuma los modelos de vida que en el discurso hegemónico occidental son más aceptables.
En De sobremesa, se considera que las zonas selváticas que los indígenas habitan son un espacio geográfico que requiere la explotación de sus riquezas. A su vez, se manifiesta la intervención del Estado colombiano en cuanto a la promulgación de una limpieza racial que, como se mencionó anteriormente, se ajuste al discurso de poder que plantea un estilo de vida considerado más civilizado. El objetivo es que los migrantes europeos con sus industrias exploten los recursos naturales de esta zona geográfica. Al mismo tiempo, esto es relevante para la idea de nación, puesto que se considera al sujeto europeo y a su descendencia como un medio que con su cultura permitirá que los espacios geográficos considerados salvajes, se civilicen y, por tanto, se modernicen. En ese sentido, el proceso de modernización social va acorde con un mestizaje racial y cultural que será de suma relevancia para poblar espacios geográficos antes deshabitados o habitados exclusivamente por indígenas. Además, se esboza que los nuevos mestizos y aun los indígenas cumplirán una labor “valiosa” como mano de obra en la producción agrícola, minera e industrial que desarrollará el migrante europeo. Esto logrará un mejor progreso económico y social y muestra el lugar que se le da al indígena dentro de la nación. Es decir, aunque ocuparán un espacio dentro del país, el lugar que se les da sigue siendo de subalternos al considerárseles exclusivamente como mano de obra para la industrialización.
La vorágine de José Eustasio Rivera narra la historia de Arturo Cova, un joven poeta bogotano que debido a algunos conflictos económicos y románticos (tiene una enredada relación amorosa con Alicia, una joven mujer que está por casarse con otro hombre), se ve obligado a huir a los llanos colombianos y posteriormente a la selva limítrofe entre Colombia y Venezuela. Esto lo hace como un método para escaparse de los conflictos que tiene en la ciudad. Los problemas de Cova cobran un lugar secundario en la obra, pues en la novela se relata y se denuncia la horrorosa vida de explotación de los indígenas y los mestizos que prácticamente fueron esclavizados en los trabajos de extracción del caucho. En la narrativa de La vorágine se plantea la ingobernabilidad de estos espacios geográficos. Este conflicto tiene su base en una problemática real de la cual el propio autor, José Eustasio Rivera, fue partícipe en una comisión que el gobierno colombiano envió a la zona para determinar las áreas limítrofes que estaban en disputa con el vecino país, Venezuela:
El propósito de la Comisión había sido dirimir antiguas disputas territoriales entre
Colombia y Venezuela en la región del Alto Río Negro, en la Amazonía noroccidental.
Este era un asunto que había permanecido irresuelto desde la separación de La Gran
Colombia en 1831, y en el que hasta los Reyes de España y un grupo de expertos suizos
habían intervenido a petición de los países litigantes. (Quin 6)
En la obra, se plantea entonces la ingobernabilidad de un lugar en el que no hay una nación soberana que la regularice; por lo tanto, suceden actos reprobables. Esto se hace evidente en el texto cuando se relata la historia de Clemente Silva, un hombre explotado por la industria del caucho que busca a su hijo, un niño que a la edad de doce años decidió irse a trabajar de cauchero. Clemente es destinado a guiar por la selva a un hombre francés que inicialmente va en una especie de expedición botánica. Posteriormente, descubre la explotación que viven quienes trabajan en la extracción del caucho, por lo cual pretende hacer una denuncia sobre estos hechos. En el texto, Clemente sostiene que:
Estos crímenes, que avergüenzan a la especie humana —solía decirme— deben ser
conocidos por todo el mundo para que los gobiernos se apresuren a remediarlos. Envió
notas a Londres, París y Lima, acompañando vistas de sus denuncias, y pasaron tiempos
sin que se notara ningún remedio. Entonces decidió quejarse a los empresarios, adujo
documentos y me envió con cartas a la Chorrera. (85)
Aunque es innegable que La vorágine es una novela en la que se denuncian las barbaridades que se cometían durante esta época en la selva amazónica, al mismo tiempo se aprecia un discurso que plantea la intervención de una cultura más civilizada para que se dé una salvación o resolución del conflicto. El hombre francés podría ejemplificarse como el intermediario entre la civilización y la barbarie, que debido a los actos de explotación que se dan en la región, debe intervenir en una posible solución del problema.
Del mismo modo, desde la perspectiva del discurso hegemónico que considera a los indígenas como a individuos no civilizados o salvajes, aunque en la obra se denuncian los maltratos que sufren, en muchos apartados estos son los adjetivos con los que se les identifica. Por ejemplo, en un encuentro que tiene Arturo con un grupo de indígenas que consideraban que sus almas residían en diferentes animales, la voz narrativa dice que, “Entonces me advirtió nuestro intérprete que las almas de aquellos bárbaros residen en distintos animales y que la del cacique se asemejaba a la de un pato gris” (102). La Constitución colombiana de 1886 —cambiada en 1991— consideraba a los indígenas que aún vivían en zonas apartadas como a sujetos salvajes. Esto se hacía bajo el supuesto de que sus prácticas culturales no estaban en consonancia con las del mundo civilizado que se intentaba imponer en la nación como una manera de crear una identidad nacional. Parte de la narrativa se desarrolla en zonas geográficas en las que el poder de la nación aún no estaba presente y los habitantes de estos lugares tienen prácticas culturales que desde el discurso oficial son consideradas salvajes. Por ende, los adjetivos empleados en referencia a los indígenas coinciden con este discurso —que como evidencia la ley mencionada anteriormente— aún estaba presente.
En suma, se puede decir que los ejemplos expuestos sobre las diferentes novelas develan el poder discursivo que la colonización dejó en la búsqueda de una cultura y una identidad nacional en Colombia. Los efectos de la racialización que el europeo hizo de los indígenas y los afrodescendientes y la consecuente identificación que los relacionaba con el salvajismo y el atraso, instaron a que aún después de la colonización, en la organización social y política del país, se siguiera considerando a estos individuos como ciudadanos de segunda categoría que necesitan la intervención de una civilización más avanzada para un posible mejoramiento. En ese sentido, los textos se enmarañan en esta red discursiva originada en la colonia y perpetuada en la nación, debido a que la identidad del país es ligada a la identificación que considera a los afrodescendientes y a los indígenas como individuos que deben ser blanqueados o con el calificativo de salvajes, asumiendo la posición del poder discursivo impuesto por los colonizadores.
Obras Citadas
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