Mónika de los Ríos
College of Idaho
— ¿Hola, abuela? —Llamo desde la puerta abierta. Me quito la chaqueta y el bolso y los cuelgo en el armario, metódico. A veces, tengo miedo de que, si no hago las mismas cosas en el mismo orden, destruirá todo y ella no estará allí. Segundos después, oigo su voz desde la sala.
— Nena, ven acá.
Un aliento atrapado escapa, alivio.
Se levanta de su sillón con una sonrisa plácida. Cuando la abrazo, imagino que puedo tocar la suavidad de su suéter, y oler el mismo jabón que ha estado usando mucho antes de que yo naciera. Desgraciadamente, mi obra no es perfecta. Pero puedo ver su fuerza cuando ella se pone de pie y aparece esa luz inteligente en sus ojos. Eso es suficiente.
— ¿Quieres té? —Antes de que pueda responder, ella está caminando hacia la cocina.
— No te preocupes abuela, yo lo haré. Tú prepara las fichas de dominó.
Ella insiste, pero yo gano esta batalla. Pronto hay té, tostadas y dulce de leche, y un montón de fichas de dominó boca abajo sobre la mesa. El sonido de las piezas haciendo clic llena el aire. Tren Mexicano es un juego que debe tomarse en serio. Constantemente debes estar haciendo un seguimiento de tus piezas y las de tu oponente. Los juegos son largos y a veces tediosos, especialmente cuando la abuela me provoca. Abuela es una profesional. Derrotarla en este juego es desafiar al destino.
Jugamos hasta que el cielo se torna oscuro y nuestro té ya se ha enfriado. Gano algunas partidas, pero abuela siempre gana el juego, por supuesto.
— Ah, qué barbaridad… —murmura con falsa lástima, y las comisuras de sus ojos se arrugan.
— Buenas noches, abuela —la beso y me voy.
— Ah, qué barbaridad… —escucho detrás de mí.
— ¿Abuela?
— Ah, qué barbaridad…
Me detengo en las escaleras, de repente sintiendo náuseas. Cada error que cometo es otro recordatorio de que mi realidad no es completamente real, todavía no. Subo las escaleras y llego a mi habitación, mi computadora brilla y proyecta rayas de luz. Frenéticamente, abro mi programa y escaneo mi código.
***
La última vez que la vi, estaba muy débil, tenía la piel arrugada y sus manos temblaban. Siempre estaba cansada. Fue tan difícil para ella escucharme, y aún más difícil mantener una conversación. Se repitió a sí misma, olvidando lo que acababa de decir. Mi madre me dijo que solo empeoraría y, muy pronto, sería difícil para ella recordar también quiénes éramos. Pero esta mujer que vi no fue la misma abuela que conocí cuando era niña. Quiero la abuela fuerte y sonriente que todavía vivía en mis recuerdos.
Yo he sido programadora de software durante tres años. Más que cualquier otra cosa, me ha enseñado que había formas de acceder y manipular cualquier tipo de datos con un buen código. Aun así, nunca imaginé que los recuerdos pudieran ser manipulados de la misma manera.
Un sitio web abandonado, el proyecto de pasión invisible de un hombre tan desesperado como yo, me enseñó todo. Él había conocido a una mujer en la cola de una cafetería. Cuando el ciberacoso no era bastante para satisfacerlo, descubrió cómo tomar ese breve recuerdo de ella y crearla dentro de su realidad. Cuando lo leí por primera vez, me sentí mal, imaginando a este hombre arrebatando un trozo de esa mujer y creando una versión de ella para sí mismo. Pero a medida que la abuela que conocía se alejaba cada vez más de mí, comencé a pensar que mi realidad era mía para manipularla, al igual que la suya y, al igual que manipulaba datos.
En estos tres años, llegaba cada día a casa después del trabajo y trabajaba en codificar mis recuerdos de la abuela. Apenas dormía. A veces, cuando estaba tan exhausta no podía conciliar el sueño, me acostaba en la cama y la oía reír sobre el clic del dominó. Sé que no era saludable vivir así, pero valía la pena volver a verla como la recordaba durante mi niñez.
***
Las horas pasan en la oscuridad. Mis ojos arden al mirar mi computadora. Un error menos. Eventualmente, mi trabajo será perfecto y abuela volverá exactamente como recuerdo.
Guardo mis cambios en el servidor donde se almacenan mis recuerdos.
— ¿Abuela? —llamo aún más.
— ¿Sí, nena? —me responde, y suspiro de tranquilidad.
— ¿Un juego más de Tren Mexicano? —le reto.
El dominó hace clic. Abuela me provoca y se ríe para sí misma. Todo es como debe ser de nuevo. El juego continúa, y abuela dice:
— Podemos terminar mañana. Me siento cansada.
— ¿Cansada, abuela? Pero todavía nos queda una partida más.
— Ah, sí, solo una partida más —ella se sienta de nuevo. Cuando alcanza el dominó, sus manos tiemblan. Se me revuelve el estómago.
— ¿Te sientes bien?
— Me siento bien, por supuesto —pero hay tensión en su voz. Ella deja una pieza del juego, y luego deja otra.
— Abuela, ahora es mi turno, ¿verdad?
— Ah, sí, solo una partida más.
No, no he arreglado el programa como pensaba. No quiero dejar nuestro juego sin terminar. Abuela nunca me dejó ir a la cama hasta que todas las partidas habían terminado y hubiera un ganador. Mientras jugamos, ella está en silencio. Clic. Clic. Para mí, el sonido hace eco.
— ¿Sumemos los puntos, abuela? —le respondo, mientras yo gano la partida final.
Ella busca un dominó que no está allí. Su mano se para sobre la mesa.
— ¿Abuela? —mi voz tiembla de preocupación. Me acerco a ella, pero decido dar la vuelta y correr escaleras arriba.
La pantalla de mi computadora está bloqueada por un mensaje: “ATENCIÓN: Error de carga. ¿Recuperar la última versión guardada?” Inmediatamente, hago clic en la opción del “SÍ”.
La pantalla se actualiza, blanco brillante. Aparece otro mensaje: “ERROR CRÍTICO: Carga dañada. ¿Restaurar la copia de seguridad?”
— No, no, no…—susurro, mientras le doy clic en “restaurar copia de seguridad,” solo para ver en mi pantalla el siguiente mensaje: “NO SE ENCONTRARON COPIAS DE SEGURIDAD.”
Quiero gritar, pero no puedo. Estoy atrapada y quieta. No sentía que fuera todo real y que todo pudiera desaparecer tan rápido. No es frecuente que tus temores se confirmen.
— ¿Abuela? —pregunto, como la niña que una vez fui. Tengo miedo de moverme y ver lo que queda abajo. Llamo y llamo, y no escucho nada más.
En la mesa de la cocina, está el dominó, pequeños trenes de plástico, tazas vacías de té, y hojas de puntuación, pero no aparece la abuela.
El silencio duele.
Me siento a la mesa y cuento nuestros puntos. Me río, y después lloriqueo. Gané por diez puntos.